Guillermo Fuertes
23:02 • 09 ago. 2011
Camino por la ciudad acompañando a Toni Catany, y al cabo del tiempo me doy cuenta de que estoy mirando de forma distinta las mismas calles por las que tantas veces he caminado sin prestar atención. Catany ha salido esta mañana a caminar en busca de la inspiración y los elementos para realizar una de sus famosas naturalezas muertas en un taller que imparte en el Centro Andaluz de la Fotografía, y me lo acompaño para observar cómo trabaja, para espiarlo y tratar, de alguna forma, de aprehender sus secretos.
Toni Catany es Premio Nacional de Fotografía, la revista Life lo ha puesto en la lista de los cien mejores fotógrafos del mundo, el Ministerio de Cultura francés lo nombró Caballero de la Orden de las Artes y las Letras... De modo que ¿cómo prepara una foto alguien así? ¿Cómo, qué lo inspira?
Pero él sólo camina por las calles, mirando y fotografiando colores y texturas. También quiere entrar en una frutería y una floristería, para buscar elementos para un bodegón. “En eso consiste”, dice, y se encoge de hombros. “En ir mirando. Ves algo que te llama la atención... La fotografía es reflejar en imágenes cosas que te interesan. No tengo ningún secreto ni fórmula mágica. Para mí la fotografía es una manera de expresar mis sentimientos, mi estado de ánimo, mis emociones. La hago para mí, por el puro placer de fotografiar. Si además gusta...”.
Oficio, talento, inspiración
Y tras unas dos horas de recorrido por el centro, café incluido, comienzo a intuir que, más allá de un necesario dominio del oficio y una inevitable experiencia adquirida con los años, ciertamente el talento, la inspiración, no es un truco que se pueda revelar.
Se tiene o no se tiene, pero si se tiene es algo innato, que el artista, si es sincero, no sabe explicar ni puede controlar del todo. Tal vez por eso Picasso decía que la inspiración, que él supiera, existía, pero que lo más que podía hacer era esperarla trabajando.
“Lo principal es que uno se conozca a sí mismo”, recalca Catany. “Hay gente que cree que se conoce, y no es así. Tiene uno que conocerse, y luego echarse para alante expresándose como es, sin falsos pudores ni nada. Venga, soy así, me gustan estas cosas... Llegó un momento, como a los 40 años, en que ya yo sabía lo que me gustaba y lo que no. Entonces, bueno...”.
Entramos en una frutería y el fotógrafo recorre las estanterías. Toma alguna pieza, la palpa, la huele. Piensa en los colores que puede utilizar. “Los membrillos me fascinan, por muchos motivos”, reconoce. “Rojo y amarillo... Otro elemento fantástico es la sandía sin pepitas... Tomate creo que no he fotografiado, no me interesan. Cerezas, albaricoques... Prefiero fotografiar las cosas que me gustan, tanto a la vista como al sabor”.
Intento entonces por otro lado: ¿qué artistas lo han influenciado? “Soy un interesado en la historia del arte”, dice, tras pensar por un momento. “Pero influencias no recuerdo. Pienso que todo debe salir de dentro. Hay periodos en que te vas informando, cultura, música, vas leyendo, viendo imágenes, y esto te va formando. Y luego, entre tu formación y tu estado de ánimo, tus sentimientos, y tu necesidad de manifestarlos, te puede salir algo, pero sin pensar en nadie”.
¿Y cómo se logra un lenguaje propio? Catany vuelve a pensar un instante, mientras salimos a la calle. “Aparece, pero no de la noche a la mañana”, dice. “Tienes que estar al tanto, buscarlo tranquilamente, pero hay que hacer fotos y saber lo que te gusta y lo que no, lo que ya está hecho y lo que no. Tú me preguntas qué haré mañana y no lo sé. Y tal vez no lo sabré ni mañana, porque a veces no sale”.
Hablamos de fotografía, del ‘instante decisivo’ de Cartier Bresson (“Un frase afortunada, más que otra cosa”), de lo digital frente a lo analógico, del color frente el blanco y negro. El fotógrafo lo sigue con su lente, y le pregunto por un consejo para un joven que comienza. “”Ninguno”, dice Catany. “Que haga fotografías”. No hay trucos. Simplemente una mirada. Talento. Se tiene o no se tiene.
Toni Catany es Premio Nacional de Fotografía, la revista Life lo ha puesto en la lista de los cien mejores fotógrafos del mundo, el Ministerio de Cultura francés lo nombró Caballero de la Orden de las Artes y las Letras... De modo que ¿cómo prepara una foto alguien así? ¿Cómo, qué lo inspira?
Pero él sólo camina por las calles, mirando y fotografiando colores y texturas. También quiere entrar en una frutería y una floristería, para buscar elementos para un bodegón. “En eso consiste”, dice, y se encoge de hombros. “En ir mirando. Ves algo que te llama la atención... La fotografía es reflejar en imágenes cosas que te interesan. No tengo ningún secreto ni fórmula mágica. Para mí la fotografía es una manera de expresar mis sentimientos, mi estado de ánimo, mis emociones. La hago para mí, por el puro placer de fotografiar. Si además gusta...”.
Oficio, talento, inspiración
Y tras unas dos horas de recorrido por el centro, café incluido, comienzo a intuir que, más allá de un necesario dominio del oficio y una inevitable experiencia adquirida con los años, ciertamente el talento, la inspiración, no es un truco que se pueda revelar.
Se tiene o no se tiene, pero si se tiene es algo innato, que el artista, si es sincero, no sabe explicar ni puede controlar del todo. Tal vez por eso Picasso decía que la inspiración, que él supiera, existía, pero que lo más que podía hacer era esperarla trabajando.
“Lo principal es que uno se conozca a sí mismo”, recalca Catany. “Hay gente que cree que se conoce, y no es así. Tiene uno que conocerse, y luego echarse para alante expresándose como es, sin falsos pudores ni nada. Venga, soy así, me gustan estas cosas... Llegó un momento, como a los 40 años, en que ya yo sabía lo que me gustaba y lo que no. Entonces, bueno...”.
Entramos en una frutería y el fotógrafo recorre las estanterías. Toma alguna pieza, la palpa, la huele. Piensa en los colores que puede utilizar. “Los membrillos me fascinan, por muchos motivos”, reconoce. “Rojo y amarillo... Otro elemento fantástico es la sandía sin pepitas... Tomate creo que no he fotografiado, no me interesan. Cerezas, albaricoques... Prefiero fotografiar las cosas que me gustan, tanto a la vista como al sabor”.
Intento entonces por otro lado: ¿qué artistas lo han influenciado? “Soy un interesado en la historia del arte”, dice, tras pensar por un momento. “Pero influencias no recuerdo. Pienso que todo debe salir de dentro. Hay periodos en que te vas informando, cultura, música, vas leyendo, viendo imágenes, y esto te va formando. Y luego, entre tu formación y tu estado de ánimo, tus sentimientos, y tu necesidad de manifestarlos, te puede salir algo, pero sin pensar en nadie”.
¿Y cómo se logra un lenguaje propio? Catany vuelve a pensar un instante, mientras salimos a la calle. “Aparece, pero no de la noche a la mañana”, dice. “Tienes que estar al tanto, buscarlo tranquilamente, pero hay que hacer fotos y saber lo que te gusta y lo que no, lo que ya está hecho y lo que no. Tú me preguntas qué haré mañana y no lo sé. Y tal vez no lo sabré ni mañana, porque a veces no sale”.
Hablamos de fotografía, del ‘instante decisivo’ de Cartier Bresson (“Un frase afortunada, más que otra cosa”), de lo digital frente a lo analógico, del color frente el blanco y negro. El fotógrafo lo sigue con su lente, y le pregunto por un consejo para un joven que comienza. “”Ninguno”, dice Catany. “Que haga fotografías”. No hay trucos. Simplemente una mirada. Talento. Se tiene o no se tiene.
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