Sevilla. En Sevilla el tiempo pasa más despacio que en el resto de los lugares. En Sevilla la tradición se convierte en ley y la ciudad en guardiana de su sevillanía. Sevilla es un secreto de azahar, con el alcalde en San Lorenzo y la reina en San Gil. Y en Sevilla se escribe una tauromaquia propia como un rito inacabado, vital, efímero, con la Maestranza como templo y el aroma a romero como testigo. Sevilla.
La Escuela Taurina de Almería hizo su aparición el pasado jueves en el templo maestrante, con el alumno Jorge Martínez, que lidió una novillada de Villamarta (la misma ganadería y la misma plaza en la que tomó su alternativa Manolete). El antecedente más cercano hay que buscarlo en el que fuera también novillero Alejandro Carmona, y como matador de toros, el director de la Escuela, Ruiz Manuel, que lidió la corrida del hierro de Celestino Cuadri en la Feria de Abril de 2006. Ahora, gracias a la labor de la Escuela, y del empresario de Almería, Oscar Chopera, Jorge Martínez ha pisado el albero maestrante.
Desde la ventana de la sexta planta del Hotel Colón, el hotel de los toreros, se veían ondear las banderas de la maestranza, señalando al giraldillo que se erige en lo más alto de la Catedral indicando la dirección del viento. A sones de flamenco, del moderno, Martínez se enfundó su azul y oro. En la habitación apenas cinco personas, testigos del miedo, de los nervios, de la responsabilidad, testigos del silencio que invade los últimos momentos ante la capilla montada en la habitación y que espera el regreso del hombre.
Casi treinta minutos antes de que un cerrojazo ensordecedor pusiera un nudo en el estómago de los toreros, el alumno almeriense llegó al concurrido patio de cuadrillas. Grandes diestros que se encontraban en la plaza ponían de manifiesto la importancia del evento: Emilio Muñoz, Jose Pedro Padros ‘El Fundi’, Israel Lancho o Luis de Pauloba no quisieron perderse la novillada.
Por si algo faltaba, la banda de música del Maestro Tejera soñaba con Marquina tocando su ‘cielo andaluz’ en una noche sorprendentemente apacible, para lo que acostumbra Sevilla en julio.
Eran las once y media de la noche cuando salió el sexto novillo de Villamarta, Arrumbalento, que vino a ser el menos bueno de una gran novillada. Sueltos casi todos en los primeros tercios, algunos complicados en banderillas -como este sexto- pero que se quedaron en la muleta.
Arrumbalento fue el de menos clase y el que antes se paró. Martínez, que ya había dejado un buen quite por chicuelo al novillo que le precedía, apenas pudo más que bajar las manos y parar al toro en los medios de la plaza. Con la muleta fueron muy toreros los doblones para comenzar la faena en ayudados por bajo a dos manos y buenas las series que se sucedieron en los medios del anillo ovalado, mejores, seguramente, por el pitón derecho. Un desafortunado desarme paró las notas de la banda y desentendió de la faena a un público, que por la hora que marcaba el reloj estaba ya pensando en otros menesteres. Elegantes los ayudados por alto y una estocada que le permitieron dar una valiosa vuelta al ruedo.
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