El pasado jueves, día 17 de enero, se presentaba en las dependencias del Instituto de Estudios Almerienses, organismo dependiente de la Diputación Provincial de Almería, la segunda edición de ‘Gadea’, libro al que le fuera otorgado, en 2008, el premio Rafael Morales de poesía y cuya primera edición fue realizada en la Colección Melibea, de Talavera de la Reina (Toledo) en 2009. Tanto el galardón como la colección de poesía figuran entre los más prestigiosos de nuestro país. En el acto intervinieron el director del IEA, Francisco Alonso Martínez, quien pidió un minuto de silencio por el reciente fallecimiento de la poeta Pilar Quirosa y que condujo el acto; el autor del libro, el poeta Domingo Nicolás, quien leyó e iluminó algunos textos del poemario y José Antonio Sáez, que lo presentó; así como el Dúo Indálico de violines que contribuyó a su mayor brillantez. Extracto, de mis reflexiones sobre el libro, lo que expongo a continuación.
Domingo Nicolás pertenece por la fecha de su nacimiento (1937) a la Generación de 50 o de los “niños de la guerra”, aunque por sus condicionantes existenciales, estéticos y temáticos (es un poeta cuyo primer libro, ‘Malola’, se publica en 1976), me parece más acertado incluirlo en la Generación del 60 o del Lenguaje, a la que pertenecen poetas como Ángel García López, Antonio Hernández, Joaquín Benito de Lucas, etc. Una generación reivindicada en los últimos años por los profesores malagueños Francisco Morales Lomas y Alberto Torés García, para dar cabida a muchos poetas significativos de la poesía española que se publica entre la Generación del 50 y la de los ‘novísimos’, más propia de los años 70, pero con motivaciones muy distintas a las de Nicolás.
‘Gadea’ es el paisaje que sigue a la batalla, a la desolación y al despojamiento espiritual… ¿Con quién hablas, Domingo? ¿Quién habla a través de ti o quién usa tu lengua que es ahora la suya? ‘Gadea’ es la extenuación por el esfuerzo que deja exhausta y agota la escritura. Es un libro escrito en estado de gracia que utiliza un lenguaje profético y críptico mediante el cual se suelta la lengua o se libera, una lengua de signos y de símbolos que configura un estado surgido de la alucinación o de una rara e inusitada lucidez. Gadea es la ‘Noche oscura del alma’, la del “Entreme donde no supe/ y quedeme no sabiendo/ toda ciencia, trascendiendo” de san Juan de la Cruz; un libro nacido desde la conciencia del desamparo humano. ¿A qué horas escribe el poeta y en qué estado? ¿Es esto suyo un soliloquio? Habría que haberse elevado en ascensión o haber bajado antes a los infiernos para hablar la lengua de ‘Gadea’, que parece no es de este mundo. Estamos ante un libro que acierta a explicar lo inexplicable y a decir lo indecible, esto es: que estamos indefensos frente al dolor, frente al miedo, el hambre y las calamidades, frente al paso del tiempo y la violencia, la enfermedad, las amenazas y la consciencia de nuestra propia fragilidad. ‘Gadea’ es una suerte de desvarío, de lúcida borrachera, una descarga, una sacudida, un estertor, un estremecimiento o un estado de alma; y es también un ceder el testigo en la persona del hijo al que se apela desde un horizonte de paz, con la clara conciencia del deber cumplido.
La importancia de ‘Gadea’ en la poesía española de la primera década del siglo XXI ha sido puesta de relieve por poetas como Carlos Clementson, profesor de la Universidad de Córdoba, cuyo prólogo ilustra esta segunda edición del mismo; por los premios nacionales de poesía Ángel García López, Antonio Hernández y Rafael Guillén, cuyas opiniones refrendan la catadura poética y moral del poemario en cuestión y se recogen el ‘Epílogo’, de José Antonio Sáez, ensayo y bibliografía sobre Domingo Nicolás, que cierran el volumen.
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