La maldición de Tecumseh

Tenskwatawa proclamó una maldición contra su archienemigo

Tenskwatawa proclamó una maldición contra su archienemigo.
Tenskwatawa proclamó una maldición contra su archienemigo.
Óscar Fábrega
07:00 • 18 mar. 2019

A principios del siglo XIX, Tecumseh, el líder de una gran confederación de pueblos nativos norteamericanos, intentó impedir, sin éxito, el avance de los colonos europeos hacia el oeste. Su padre era del pueblo Muscogee, mientras que su madre era Shawnee. Tecumseh, cuyo nombre significa “cometa llameante” o “pantera a través del cielo”, tuvo, que se sepa, siete hermanos. Uno de ellos es nuestro Homo insolitus de hoy. Pero antes, continuemos con Tecumseh. 



En octubre de 1774, un grupo de hombres blancos mataron a su padre. A partir de entonces, su hermano mayor, Chiksika, se hizo cargo de la educación del joven Tecumseh y de sus hermanos. 



Al año siguiente, comenzó la Guerra de Independencia, durante la que el pueblo Shawnee se alió con los británicos con la esperanza de parar el inevitable avance hacia el Oeste de las colonias. 



Tecumseh, que solo tenía siete años cuando estalló la contienda, fue testigo presencial de la extraordinaria violencia de los blancos. 



Por ese motivo, en 1783, ya con quince años, no dudó en unirse a una banda de Shawnees que se dedicaba a hostigar a los colonos que intentaban invadir sus tierras. 



Posteriormente, durante la llamada Guerra de los Indios del Noroeste, se convirtió en uno de los líderes nativos más temidos y odiados. 



Fue entonces cuando uno de los hermanos de Tecumseh, Lalawethika, entró en acción. Vivió todos estos acontecimientos siendo un crío, aunque no le prestó demasiada importancia a la causa nativa, hasta que en 1805 protagonizó un renacer espiritual y se convirtió en un líder religioso tremendamente poderoso e influyente. 



Cambió su nombre por Tenskwatawa (“Uno con la boca abierta”) y empezó a ser conocido como “El profeta Shawnee”, tras vaticinar que pronto los colonos europeos iban a desaparecer de sus tierras. 


Líder

Tenskwatawa instó a sus seguidores a rechazar al hombre blanco y a regresar a sus anteriores modos de vida. Se mostró especialmente combativo contra las armas de fuego, el consumo de alcohol y la ropa de estilo europeo.


Tecumseh se había convertido en el líder natural y carismático de un grupo heterodoxo de nativos y contaba con el apoyo de su hermano, el líder espiritual, el Profeta. 

En 1808 fundaron la ciudad de Prophetstown, cerca de la confluencia de los ríos Wabash y Tippecanoe (al norte de la actual Lafayette, Indiana), que se convirtió en el principal obstáculo para la expansión europea hacia el Oeste y en el principal bastión del renacer indio. 


Pero en 1811, Tenskwatawa, convencido de que contaba con el apoyo del dios Moneto, instó a los suyos a lanzarse de lleno contra los blancos. El enfrentamiento definitivo tuvo lugar el 7 de noviembre, durante la conocida batalla de Tippecanoe, que enfrentó a las fuerzas indias contra las tropas estadounidenses dirigidas por William Henry Harrison, gobernador del Territorio de Indiana. Fue un fracaso estrepitoso. Prophetstown fue destruida e incendiada y gran parte de los pueblos nativos perdieron la fe en la ansiada confederación y en el Profeta.


Poco después, a mediados de 1812, se inició una nueva guerra entre Estados Unidos y Gran Bretaña. La confederación india de Tecumseh apoyó a los británicos y protagonizó algunas importantes victorias. Hasta que, de nuevo, William Henry Harrison, acabó con ellos el 5 de octubre de 1813 en la batalla del Támesis, en la que Tecumseh perdió la vida. 


Tras su muerte, la confederación nativa se disolvió. 


Fue el golpe definitivo y el comienzo del fin de la presencia nativa en el Territorio del Noreste.


Lo insólito viene ahora: casi veinte años después, en 1830, Tenskwatawa proclamó una maldición contra su archienemigo William Harrison, que poco después se convirtió en presidente. Preguntado sobre todo lo que había pasado con su hermano, dijo que Harrison moriría pronto y que, después de él, todo gran jefe blanco escogido cada veinte años también moriría. Solo así, afirmaba, recordarían el dolor de su pueblo. 


Aunque es difícil demostrar que Tenskwatawa, que falleció en 1836, lanzó realmente la maldición, los hechos, sorprendentemente, parecen darle la razón. 


En efecto, Harrison, falleció el 4 abril de 1841 por una fulminante neumonía, treinta días después de su nombramiento. Había sido elegido un año antes. Veinte años después, en 1860, Abraham Lincoln ganó las elecciones. Fue reelegido en noviembre de 1864. Pero el 14 de abril fue asesinado de un disparo por un fanático sudista llamado John Wilkes Booth. 


No termina aquí la cosa. En 1880 fue elegido James Abram Garfield. Unos meses más tarde, el 2 de julio de 1881, murió asesinado por Charles Jules Guiteau. Veinte años más tarde se repitió la historia. William McKinley, tras ser reelegido en 1900, fue tiroteado, el 6 de septiembre de 1901, por un anarquista, Leon Czolgosz. 


La maldición continuó con Warren G. Harding, elegido en 1920, que murió el 2 de agosto de 1923 víctima de un problema cardíaco que se vio agravado por una neumonía. Franklin Roosevelt fue otra víctima de la supuesta maldición, aunque en este caso la profecía cambió sutilmente. 


Fue elegido presidente en 1932, solo nueve años después de la muerte de Harding, pero renovó el cargo en varias ocasiones: en 1936, 1940 (que sería la fecha maldita) y 1944. El 12 de abril de 1945 sufrió una hemorragia cerebral masiva y falleció. 


Casi veinte años después, el 22 de noviembre de 1963, John F. Kennedy, elegido en 1960, murió asesinado en Dallas, Texas. Con su muerte parecía terminar la maldición, ya que ninguno de los presidentes posteriores falleció durante el cargo. El siguiente debería haber sido Ronald Reagan, pero no fue así, aunque casi, porque el 30 de marzo de 1981, un tal John Hinckley le disparó a su salida de una conferencia en el Washington Hilton Hotel en Washington, D.C. La bala se detuvo a solo dos centímetros del corazón… George W. Bush, elegido en el año 2000, era el siguiente, pero tampoco falleció en el cargo, aunque en 2005 un georgiano llamado Vladimir Arutyunian intentó acabar con su vida lanzándole una granada mientras daba un discurso en Tiflis, la capital de Georgia. 



Temas relacionados

para ti

en destaque