“Yo, lo mismo que empecé a andar y a hablar, empecé a hacer cosas en la guitarra”, afirma Gerundino Fernández Llamas. “Desde que tengo uso de razón recuerdo a todos en mi casa ayudando a mi padre en el taller, sobre todo mi madre que incluso diseñaba las rosetas...”.
La mañana es clara y fresca, y el taller está abierto de par en par a la tranquilidad del barrio de Los Pinos, en Huércal de Almería. “A veces me dicen: tu padre te ha enseñado”, prosigue. “No, no me ha enseñado, es que me ha puesto. Fue algo natural. De chiquitillos ya estábamos en el taller: ¡Nene, pega estos peones, vamos a cortar estos filetes para que ajusten, que no veo bien… Y ya de mayores, nos ponía a darle el grueso correcto a las tapas, a hacer el abanico, a poner trastes...”. Gerundino sonríe.
Gerundino es de 1974, el menor de los cuatro hijos del gran violero almeriense Gerundino Fernández García, y Josefa Llamas Morales. Nació en el Quemadero, donde su padre tenía aquél mítico taller que visitaban guitarristas y aficionados de todo el mundo. Y ahora, desde 2014, él mismo está siguiendo esa senda en el taller que ha instalado en su casa de Huércal. Aquí se mudó unos años después de casarse en 1998 con Carmen Barea Jiménez, con quien tiene dos hijos, Lucía y Gerundino Daniel.
De aquí vuelven a salir instrumentos con ese nombre mágico, aunque él es muy cuidadoso de que en sus etiquetas se lea bien claro: ‘Gerundino Hijo’. “Yo tengo que respetar ese nombre”, dice, “por sobre todas las cosas”.
Recuerda que empezó con cierto miedo. “El nombre de mi padre pesa mucho en el mundo de la guitarra, y eso me ha ayudado, pero también me exige mucho más. Lo que se busca en mis guitarras es la calidad y el sonido de las suyas, y con el tiempo, y muchas horas de estudio y dedicación por mi parte... Los profesionales que prueban instrumentos de mi padre y míos al mismo tiempo, me han dicho que las mías suenan como las Gerundinas, y que mi padre estaría muy orgulloso de mí, y que continúe su legado”.
Inspiración
“Y en eso estoy”, abre los brazos, “intentando superarme día a día para que mis guitarras emocionen y lleguen al alma de los guitarristas que las toquen, y del público que las escuchen”.
Usa las maderas de su padre, las plantillas, las herramientas. “Lo he heredado, y todavía tengo, gracias a Dios, y sigo con ellas”, afirma. “En todo lo que me fijo es en mi padre. Sus medidas, el abanico... Él es mi inspiración y hago todo lo mismo que él lo hacía”.
Ahora mismo está sacando doce guitarras al año. “Una al mes, mas o menos. Aunque, claro, llevo varias a la vez, por el encolado. A veces me pongo con los mástiles, y hago varios, y luego los fondos... Es el oficio”. La gran mayoría de sus instrumentos se vende en el extranjero: Japón, California (en el Salón Internacional de la Guitarra), Alemania, Holanda. Y en España, sobre todo en Madrid y Barcelona.
Su sueño, afirma categórico, es lograr el sonido de su padre. “Ese sonido peculiar que tenían las Gerundinas, con potencia y profundidad en los bordones, con primas cristalinas y limpias que te dan el mejor equilibrio y proyección. Con grandes graves, y agudos, pero no grandes en potencia, sino en calidad. El color, el matiz que tienen esas guitarras y hace que no sean como otras. Que una persona al escucharla, sin verla, diga: “Esta guitarra es de Gerundino”“.
Concentración
Pero, ¿cómo lograr eso? Gerundino mueve la cabeza y calla un momento. “No sé explicarlo”, dice al cabo. “Yo necesito primero mucha concentración, estar solo. Me paso aquí las mañanas, las tardes... Mira, para mí la guitarra consta de varias piezas, y las hago por separado, con mis medidas, mis cosas. Y el sonido ya va en todos estos componentes. Desde que eliges la madera, desde antes de clavar una púa. Luego uno todo a mi manera, las termino, las pongo bonitas, con su filetería, le doy su altura a las cuerdas… Y cuando la veo terminada, es un orgullo para mí”.
¿Y qué maderas utiliza? “Para la tapa, cedro canadiense y pino abeto alemán, y para el cuerpo, ciprés o palosanto”, afirma. “El sonido sale de la tapa, estoy de acuerdo, pero lo que está alrededor… Y el interior. Yo miro cada peón, cada vareta”. Además, la madera tiene algo muy importante: el tiempo de secado. “No puedes cortar un árbol y al año ya estar trabajando con ella. Hay que dejarla secar muchos años, con un determinado grado de humedad...”.
Miles de detalles para buscar, asegura, que la próxima guitarra sea mejor, que su sonido llene al guitarrista. “Se tiene que enamorar de la guitarra mas que de su mujer”, sonríe. “Y tiene que ser por el sonido, no por la belleza del instrumento. La guitarra no está para colgarla y decir: Qué bonita es. Un guitarrista siente la guitarra tocándola”.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/5/vivir/171141/gerundino-hijo-el-renacimiento-de-una-saga-almeriense-de-guitarreria