Visita Almería -una ciudad a la que lleva viniendo 40 años- con la sencillez del caminante, dispuesto a recorrerla a pie y a admirar su atardecer junto a la Alcazaba. El que es uno de los modistos más importantes de la escena nacional, Adolfo Domínguez (Puebla de Trives, 1950), presenta este martes 21 de enero, a las 19 horas, en Picasso Reyes Católicos ‘Juan Griego’, una novela que publicó en 1992 y sobre la que ha trabajado otros 27 años hasta llegar a su esencia.
‘Juan Griego’ es una novela publicada en 1992 con Mondadori que ha revisado y ve la luz de la mano de un pequeño sello, Defausta. ¿Qué cambios encontrará el lector?
Solo con tenacidad se llega al centro de las cosas: me pasé 27 años más de escritura sobre el mismo título y el mismo tema. No tiene nada que ver la novela original, y antes no era mala. Me la presentó en Granada el poeta Luis García Montero cuando tenía 28 años y ahora ha repetido en el Instituto Cervantes y ha dicho de ella que es un monumento literario. Lo cuento siempre porque es un gran escritor y un gran comunicador.
Tengo entendido que su hija le ha ayudado a meter tijera. ¿Cómo ha sido el proceso?
Mi hija ha sido una gran correctora. Mi hija Tiziana y mi editora, Susana Prieto. Las dos hicieron un trabajo de poda sin piedad y me alegro muchísimo. Les estoy muy agradecido porque además les hice caso la mayoría de las veces. La hicieron ser más ágil.
Es una obra escrita en verso suelto con más de 700 páginas, ¿le preocupa llegar al público actual?
Yo no voy a los lectores de Twitter. No lo hago de manera excluyente, es que es imposible que un tuitero pueda leer una novela en verso. Un verso, eso sí, basado en la sencillez: adjetivos los justos y metáforas solo si son vibrantes.
Es una novela de ideas en la que los personajes se pelean entre ellos y yo los defiendo con fiereza. Una novela de ideas como el ‘Quijote’ y Shakespeare. Como ‘Guerra y paz’ y ‘El gatopardo’, la mejor novela italiana del siglo XX.
Esta tiene ambición porque no hago puro entretenimiento. La novela tiene que entretener con personajes vivos que enganchen, que haya acción y que te coja en la primera página y te deje exhausto en la final. Y yo creo que lo logro porque tengo muchos lectores desde hace ya un año.
Pero al mismo tiempo yo no quiero solo entretener, yo escribí para entender. Y busco a los lectores para los que el conocimiento es algo importante en su vida.
Hay dos cosas importantes en la vida: las mujeres para los hombres y los hombres para las mujeres, o como sea; porque vivimos para estar agarrados a un cuerpo, si no vivimos agarrados a un cuerpo, no somos felices, y la novela va de eso. Pero los seres humanos tenemos otra debilidad: nos encanta conocer y saber, al menos al 10 por ciento de la población y yo es esos a los que me dirijo, a los que quieren entender la realidad.
Esta es una novela-mundo, intenta entender lo que pasa y dar respuesta a las grandes preguntas del ser humano. Se juega a muchas historias colectivas e individuales. ¿Eso de que somos frívolos por esencia? Para nada.
Y una novela de ideas se cae de las manos si no está muy bien escrita, a Thomas Mann se le cayó de las manos ‘La montaña mágica’. Yo la leí, pero sudé tinta. Y esta no se cae de las manos aunque es densa.
¿Y cómo deja un diseñador apartados los patrones para escribir una novela?
Apartados nunca. Esto siempre fue en tiempos libres. Los empresarios trabajamos mucho, no fichamos, ni los fines de semana los consideramos libres. En lugar de ver televisión, jugar al golf o navegar -que yo navegué cuatro años en las aguas tormentosas del Atlántico-, mi tiempo libre lo dediqué a escribir y ahí pasé muchos años de mi vida.
¿De dónde nace su vocación literaria?
Uno nace así. Yo fui bibliotecario cuando hice el Bachillerato, que lo hice en un seminario. Y tuve la suerte de que me hicieron bibliotecario. Trabajé de los 16 a los 17 años y fui un niño feliz, porque tenía un espacio inmenso para mí. Fútbol, mucho estudio y la biblioteca, ¿que más? En la adolescencia no hace falta nada más.
El libro cuenta la historia de un oficial de la Armada Argentina que emprende un viaje a través de América Latina, ¿qué encontrará?
Buenos Aires es una ciudad deslumbrante y yo la conozco a pie, como todos los lugares. Pero esta tiene la característica de que fue la ciudad con mayor renta per cápita del mundo entre los años 1945 y 1950. ¿Qué pasó para que treinta años después fuese la 150? No se conoce otra decadencia así a no ser que haya sucedido una catástrofe.
En ese trasfondo sucede la acción de la novela, en la consciencia del fracaso individual y colectivo de los porteños. Salen un montón de mujeres y hombres peleándose con el destino y amándose, porque esa es la vida. Y un fondo que refleja nuestras virtudes y nuestros vicios porque nuestra patria es la lengua y pocas diferencias hay entre Buenos Aires, Madrid y Almería.
¿Encuentra similitudes entre la moda y la literatura?
No, se hace con distintas partes del cerebro. La escritura es algo más abstracto, lo más abstracto que hace el ser humano junto con las matemáticas y la física.
¿Y qué le aporta escribir?
Me hizo feliz. Entender alivia ‘per se’. Yo me psicoanalicé, creo en Freud. Descubrí muchas cosas de mí mismo; el conocimiento te alivia, hace que pierdas ansiedad ante la vida. Incluso te hace que llegues al final sin ansiedad ante la muerte, simplemente es otro paso en la ecuación. Esa tranquilidad que dicen que tienen los creyentes que creen que hay un dios esperando. Los amantes de la física creemos que vamos del polvo de estrellas al polvo de estrellas. Nosotros intentamos entender para estar tranquilos.
Leer es duro porque para divertirse están mejor el cine y el rock, pero leer va de entender.
Fue muy amigo de su paisano el poeta José Ángel Valente, quien eligió la ciudad de Almería para pasar sus últimos años.
Bastantes más que sus últimos años. Sí, yo lo conocí cuando se retiró de Ginebra, donde trabajaba traductor. Fue gracias un amigo común y coincidí con él bastantes veces. Valente nació en Orense como yo, pero decía que Galicia era una ciudad madrastra y volvió poco por allí.
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