El recuerdo de Caballero Bonald continúa vivo

En el año 2001 estuvo en Almería invitado por el Aula de Poesía

Caballero Bonald en una imagen de Daniel Mordzinski.
Caballero Bonald en una imagen de Daniel Mordzinski.
Ramón Crespo
11:58 • 10 may. 2021 / actualizado a las 12:11 • 10 may. 2021

El recuerdo de Caballero Bonald me lleva a un Tiempo de guerras perdidas, su primer libro de memorias, a un paisaje de azoteas blancas que llegan hasta el mar. Hasta esa costa que él tan bien conocía por sus viajes y navegaciones, reales e imaginarias. Por esa lengua de mar entraron fenicios, cartagineses, romanos  y árabes, fundiéndose sus distintas culturas en una más abierta y mestiza. Basta entrar en un colmado gaditano y escuchar las conversaciones para sentirse deslumbrado por las sentencias de otros tantos Sénecas, y sin que nadie presuma de erudición. Caballero Bonald es hijo de los prodigios de ese Cádiz milenario.



El recuerdo de Caballero Bonald continúa vivo en las páginas de libros como Las adivinaciones, Pliegos de cordel, Descrédito del héroe, Laberinto de fortuna, Diario de Argónida…, donde la pasión y el deseo son un pasadizo al corazón de la noche, porque “la vida aguarda agazapada“ en lugares clandestinos. Tras ese rastro acude su escritura. Su predisposición a descorrer las cortinas de la convención, y a registrar más allá de las apariencias, posibilita su visión crítica de la realidad. Debe el hombre dejar de ser sumiso, como permite intuir uno de sus títulos, Manual de infractores, y tantos otros textos suyos.  



Fue Caballero Bonald un tipo inteligente, fino, elegante. Su mirada -ojos pequeños pero avispados- define una personalidad despierta, curiosa a cuanto sucedía a su alrededor y aún más lejos. Dibujó magistralmente ya en su primera novela, Dos días de septiembre, ese mundo andaluz de bodegas y señoritos, de cantes flamencos, y mucha noche, un microcosmos de posguerra que mantenía aún los viejos privilegios, casi la servidumbre. Luego completó la descripción de ese territorio de las Marismas, su mítica Argónida, en un relato muy distinto, de clara raíz hispanoamericana, Ágata, ojo de gato. Fue Caballero Bonald un autor con estrechos y fructíferos vínculos con Sudamérica, que a su juicio resultaban fundamentales para la formación de un escritor español. La condición de  poeta y novelista, una versatilidad no muy habitual - fue el único  novelista de su Generación, la del 50 -  lo hace si cabe aún más singular. Autor prolífico, escribe hasta sus últimos años, lean sino Examen de ingenios, ahí está la agudeza del escritor repasando la vida y obra, un cuerpo de ilustres a los que conoció y trató, que resume lo mejor de las artes y la letras, o Entreguerras, de 2012 y Desaprendizajes, de 2015.






Caballero Bonald indaga en la matriz del lenguaje, en las posibilidades de ese instrumento para definir el estilo, y la voz del escritor. Destacaba Pere Ginferrer la capacidad autogenésica que tiene el lenguaje en su obra. En este sentido, el jerezano se sentía cercano a poetas como José Ángel Valente, y no era casualidad que en tiempos de poesía de la experiencia reivindicará sus otras filiaciones.



En el año 2001, Caballero Bonald estuvo en Almería invitado por el Aula de Poesía. Recorrimos, entonces, las tierras del Ejido, pues tenía más interés en conocer el laberinto de los invernaderos, y saber qué estaba realmente ocurriendo allí, que en viajar hasta Cabo de Gata, donde habitualmente íbamos con nuestros invitados. Como era costumbre se editó un pliego de poesía como recuerdo de la lectura. En aquella ocasión invité a Capuleto para que hiciera la ilustración de la  plaquette. Hizo el indaliano una tinta perfilando con una sola línea un pecho juvenil. Entonces nadie sabía que pintor y poeta se conocían, ambos vivieron en el Madrid de principios de los años 50. El escritor trabajaba con Leopoldo Panero y Luis Felipe Vivanco en la organización de la 1ª Bienal de Arte Hispanoamericana, y Capuleto era l'enfant terrible de la pintura española, el discípulo preferido de Eugenio d'Ors. Caballero Bonald había conocido a Lucía Jaramillo, esposa de Capuleto, en el Instituto de Cultura Hispánica, un centro que frecuentaba por esas relaciones que siempre mantuvo con las gentes de la otra orilla. El azar, el destino, los había reunido a los tres, medio siglo después, en esta Almería, que por tantos motivos pudiera ser otra Argónida.



El recuerdo de Caballero Bonald será siempre la palabra,  “la palabra que surca la memoria”, como el vuelo de esos pájaros del amanecer. En ella “comparecen los pretéritos todos del vivir”.




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