Reza el dicho popular que igual que no hay luz sin oscuridad, no hay gloria sin pena, ni dicha sin esfuerzo. En el juego de equilibrios en el que se mecen los avatares del día a día que conforman la vida, del árbol a árbol que define al bosque, el Festival de Flamenco y Danza de Almería, en su quincuagésimo cuarta edición, alzó anoche el telón de los grandes espectáculos, tras los anticipos de Plazeando, con el contraste de la poética y el arrebato. Dos artistas almerienses en el cartel, mujeres poderosas, mujeres ‘Flamencas’, como rezaba el epígrafe de la velada: Anabel Veloso y Rocío Segura. Sin nada por demostrar pero con mucho que compartir, las dos ofrecieron dos caras distintas que confluyen en la misma pasión. Lírica y reposada la primera, más si cabe teniendo en cuenta que tuvo que adaptar su espectáculo con colaboraciones por su embarazo, torrencial la segunda, con unos pulmones infinitos que extienden los quejidos al fin cuando parece que es imposible que quede más aire.
Más allá de que mande la tradición en que el Festival Flamenco de Almería contenga una noche de arte cien por cien almeriense, lo cierto es que ‘por derecho’ lo merece. Anoche, Anabel Veloso y Rocío Segura volvían a las tablas de un festival que resurge con fuerza en 2021 tras el año de asueto obligado en 2020. La primera realizando una doble adaptación de su espectáculo ‘Oro sobre azul’, estrenado el pasado septiembre en la Bienal de Sevilla. En primer lugar, en términos de duración, pero también en lo artístico, porque un avanzado estado de embarazo aconsejaba no emplearse en zapateos y taconeos viscerales y potentes que sí realizaron sus magníficos colaboradores. Del otro lado, hablar de Rocío Segura es hacerlo del cante sin reservas, desmedido, pasional y siempre en tesituras imposibles para muchos, inalcanzables para el resto.
Fue Veloso la encargada de abrir noche, con la tercera de sus creaciones personales, tras ‘Delicatessen’ en 2017 y ’24 Quilates’ en 2019. En ‘Oro sobre azul’ toma la conocida expresión portuguesa de ‘todo está perfecto’ para ahondar en sus orígenes lusos, puesto que de padre portugués y madre almeriense aúna una propuesta en la que el fado y los territorios mestizos, como la guajira y habaneras, galeras o nanas, conviven en la fragilidad poética con la raigambre de alegrías o bulerías.
El citado estado de la bailaora llevó al espectáculo a otra dimensión desconocida, reforzando una lírica en la que, desde el nomadismo inicial tan propio de las tierras peninsulares y los versos de ‘En la vida todo es ir’, de Joan Manuel Serrat, con el recitado del actor Jesús Herrera, pasando por los diálogos corporales de Veloso con los bailaores que pasaron por escena, como Eduardo Leal, brillante con el mantón, que finalmente simbolizaría el retoño por venir, y Noelia Vilches, espectacular en velocidad y gracia, además del cuadro flamenco con Rocío Zamora al cante, siempre pasional, Gabri Pérez a la guitarra, sabiendo leer los tiempos, y un excelso Diego Villegas en los vientos, capitalizando muchas de las ovaciones de la propuesta.
Nostalgia y saudade, fandangos y claveles, el amor al porvenir y al camino recorrido hacia el presente. Un desafío conceptual, premio Pad 2020 a la mejor composición original, repleto de pequeños detalles que el público supo degustar y reconocer.
Rocío Segura, siempre incontenible
Desde que ganara la Lámpara Minera en el año 2000 y que se convirtiera en una de las mejores intérpretes de saetas de toda España, Rocío Segura necesita muy pocas presentaciones. Anoche, acompañada por la guitarra de El Niño de la Fragua y las palmas y coros de Juan Andrés Heredia y Tony Santiago, evidenció que sigue atesorando una salida que brota sola desde tonos tan elevados que hacen dudar desde el inicio su desarrollo, pero siempre sale victoriosa.
Arrancó por una suerte de fandanguillos abandolaos de honor a Almería, provincia y Virgen del Mar que le valieron para ganarse al público desde el inicio. Segura continuó con unas pautadas bulerías por soleá que, por ganas y fuerza, casi acaban prescindiendo de lo segundo. A continuación, sorprendió en una suerte de tangos abiertos por una estrofa más desnuda por tientos, ribeteados desde la guitarra con una suerte de armónicos preciosistas y culminados por el aporte de los coros de Heredia y Santiago. Sobresaliente.
Para el segundo tramo, Rocío eligió unas seguiriyas con las que terminó de romper la noche con unos finales tan jondos y alargados que cosechaban ovación tras ovación. Tras el alarde, quizá descolocaron las bulerías posteriores, si bien la noche terminó en alto con una tanda de fandangos donde, de nuevo, donde parece que no hay más, sigue saliendo voz, el último de ellos, descalza y sin micrófono, para el fervor final.
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