Las manos de Colin Arthur (Surrey, Inglaterra, 1943) han esculpido los sueños de celuloide de varias generaciones. Y más de una pesadilla, pese a su aspecto de profesor bonachón. Porque este británico que se enamoró de España hace 50 años ha participado (como maquillador y creador de efectos especiales, principalmente) en filmes muy variopintos, sobre todo del fantástico y de terror: de ‘2001’ a ‘Hable con ella’; de ‘La grieta’, que le dio un Goya, a ‘Abre los ojos’, por la que fue nominado.
Una amplia filmografía en la que Almería está muy presente: aquí trabajó en títulos como ‘Conan, el bárbaro’, ‘Sexy Beast’ y ‘Simbad y el ojo del tigre’, esta última junto a Ray Harryhausen, el mago de los efectos especiales que dio vida a las criaturas de ‘El valle de Gwangi’, un wéstern con dinosaurios al que el cineasta Víctor Matellano regresa en su documental ‘El valle de Concavenator’. Con motivo de su proyección, en noviembre, en el Festival de Cine de Almería, Colin Arthur atiende, en un tranquilo y perfecto castellano, a este diario.
‘El valle de Gwangi’ mezcla vaqueros y dinosaurios en el desierto de Tabernas.
Harryhausen era un artista increíble del ‘stop motion’ [animación fotograma a fotograma] y lograba que los dinosaurios se movieran con realismo, les daba vida. Los paleontólogos de entonces no sabían cómo se podrían haber movido los dinosaurios y él te convencía viéndolos en la pantalla de que eran reales.
Y Matellano le ha convertido en uno de los protagonistas de su documental.
Él conocía mi gran amistad con Harryhausen, con el que trabajé en varias ocasiones, y pensó que podía hablar de mi trabajo como creador de efectos especiales. Rodamos en mi estudio en Gran Bretaña y también en el que tengo en Madrid. Hay una conversación con el paleontólogo Pepelu Sanz, una eminencia que ha estudiado mucho sobre la influencia del cine en su profesión. Es como un partido de tenis: la ficción y la realidad inspirándose mutuamente.
Presenta ‘El valle de Concavenator’ en Almería. ¿Ha sido esta tierra importante en su carrera?
Oh, sí. Fíjate, vine por primera vez con una película pequeña del Oeste, ‘Charley, el tuerto’. Debía ser 1973, y en las calles principales aún se dejaban ver las marcas del rodaje de ‘Patton’.
Fue el primero de varios títulos que le trajeron aquí.
Sí, recuerdo ‘Conan, el bárbaro’, rodando junto a la playa, y también participé en Carboneras en una de las versiones de ‘Las cuatro plumas’.
Apenas tiene un par de secuencias en Almería, pero ‘La historia interminable’ es otra de esas películas vinculadas a esta provincia. Y lo que sí tiene es mucho de usted: es el padre de criaturas como el dragón Fújur.
Esta sí es una historia larga (ríe). El productor era muy joven, era su primera película de esas dimensiones y no sabía cómo coordinar a todos los distintos departamentos. No tenía nada con lo que ponerme a trabajar, más allá de la novela de Michael Ende.
¿Y qué hizo?
Había alguna edición británica con grabados que me sirvió para inspirarme. Poco más, todo salió de mi imaginación. Cuando llegué con mi equipo no se había hecho nada y estaban muy preocupados porque necesitaban que las criaturas hablaran. Y cuando ves en el cine hablar a un perro, vale, pero a una vaca...
Pero usted supo cómo salvar la situación.
Les dije que iba a empezar con el caracol, lo creé con total libertad. Cuando hice los moldes de la cara, el director me dijo que hiciera el resto. Esta criatura marcó el estilo de todas las demás: es lógico, si estás haciendo ‘Blancanieves’ no puedes meter luego a ‘Roger Rabbit’ (ríe).
Usted comenzó como escultor. ¿Echa de menos aquellos efectos especiales artesanos?
Mira, el cine no acabó con el teatro, así que no pienso que el ordenador vaya a acabar con el cine. Y aunque el cine creciera durante el siglo pasado, no hay nada como ver un musical en el teatro. Por cierto, ahora han hecho ‘La historia interminable’ como musical y es fantástica. Yo abrazo el uso del ordenador: puedes hacer películas al viejo estilo pero más baratas con ayuda de los efectos visuales y el CGI.
¿Hay sitio para las dos escuelas?
Sí, solo es otra herramienta más: lo artesanal y las herramientas de postproducción pueden convivir sin problema.
Ha creado seres mágicos y monstruos sangrientos. ¿Con cuáles se queda?
Me quedo con la fantasía amable. Y Víctor Matellano tiene capacidad para crecer ahí. Él dice que no, pero vamos a darle un empujón (sonríe).
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