Chucho Valdés llegó a ClasiJazz envuelto en una profunda y sincera admiración en la noche del miércoles. La sala principal, más que llena y el ambiente cargado de recuerdos, de títulos, de discos, de emociones compartidas. El gran músico cubano desplegó la magia musical de sus manos que acumulan décadas de búsquedas y hallazgos, de reencuentros y de nuevas búsquedas. Pero, más allá de los calendarios acumulados, de los míticos conciertos, de las formaciones históricas como Irakere, más allá de las creaciones y de las sorpresas, Chucho Valdés dejó en ClasiJazz la impronta de su sensibilidad basada en la sabiduría.
La mera excelencia como intérprete es algo que Chucho Valdés dejó atrás hace mucho tiempo. Ahora, su piano es una especie de máquina que genera poesía como si fuese lo más natural. Una naturalidad que permite disfrutar cada nota pese a la complejidad y a la endiablada rapidez con la que recorren el teclado las manos de este músico que vive musicalmente más allá de los pentagramas, en estado permanente de creatividad.
Duke
La mágica noche comenzó con un tributo a Duke Ellington preñado de citas y referencias engarzadas como las perlas de un collar. Incluso, apareció Bach después de asomarse a ‘Somewhere over the rainbow’ ('El Mago de Oz') en una de las incontables genialidades que Valdés encadenó en este primer tema.
Luego vendrían los boleros eternos, las historias de amor y de desamor desgranadas en escalas imposibles. Música interpretada miles de veces que parece que suena por primera vez, como si las canciones de toda la vida que son estos boleros o las piezas maestras acabaran de ser concebidas.
Pareció que todos los temas fuesen el mismo tema. Que todos los amores que cuentan los boleros fuesen el mismo amor recién alumbrado para el piano. Lo mismo ‘Sabor a ti’ que ‘Nosotros’ o ‘Bésame mucho’.
Con la sala ya caldeada y rebosante de sensaciones mágicas llegó el turno de ‘Hojas muertas’ que Chucho Valdés presentó como un viaje musical a su Nueva York particular. En sus manos, esta obra alcanzó el culmen de su poderosa capacidad de generar sugerencias y evocaciones, al llevarla por imaginativos territorios pianísticos, multiplicados en escalas imposibles.
No podía faltar Cuba. ‘El manisero’ le sirvió a Chucho Valdés para descargar sobre el escenario la impronta de un patrimonio musical como el cubano que no sería el mismo sin su aportación. Magia e inspiración nacidas en la isla más musical de la Tierra y que Valdés domina en esas variaciones que parece que se superponen unas a otras en el mismo intervalo de tiempo aunque parezca imposible.
Como broche del concierto, quiso dedicarle a Andalucía un tema que comenzó evocando el ‘Adagio’ del concierto de Aranjuez para luego recorrer infinidad de caminos. La cerrada ovación y los vítores tuvieron su consecuencia en una pieza de propina en la que involucró al público en una tema de Irakere que sirvió como entrañable despedida.
Preámbulo de lujo
La cita con Chucho Valdés en el Clasi fue como un fantástico preludio del Festival Almerijazz el cual tiene contadas las horas para izar el telón con el mejor viento al favor. Valdés lo dijo con toda claridad antes de iniciar este inolvidable concierto: “El Jazz llega siempre más allá”. “Más aJazz”, en las propias palabras del pianista, que no perdió tiempo en saludos y preámbulos porque la noche tenía mucha música por delante.
Sin figurar en el programa del Festival de Jazz, el concierto de Chucho Valdés ha servido de preparación emocional a un ciclo jazzístico que será imposible disfrutar sin la feliz evocación de la noche del miércoles en ClasiJazz.
La firma en el particular muro de la fama
Después de tomarse un breve descanso tras el concierto, Chucho Valdés se acercó a dejar su nombre escrito en ese particular muro de la fama en el que ClasiJazz está reuniendo la impronta escrita de músicos irrepetibles. Un buen número de miembros del Clasi y de admiradores irreductibles, acompañaron al pianista para ver como dejaba su firma en este muro que es como una especie de mapa nominal para la memoria.
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