Antonio López Díaz se mueve entre lienzos y esculturas, caballetes y botes repletos de pinceles, mostrando las obras que tapizan todas las paredes del estudio y se apilan por todos lados. “Lo mío siempre fue la cosa figurativa”, explica como para si mismo, “pero hace como unos diez años me dije: caramba, voy a dar un cambio, y empecé a hacer cosas abstractas. Pero lo clásico tampoco lo dejo, sigo haciendo de vez en cuando...”.
Por estos días se siente un poco malo, afirma, pero en cuanto se habla de pintura, de escultura, del movimiento indaliano, del arte que en definitiva ha sido su vida entera, casi sin darse cuenta rejuvenece y vuelve a ser aquél pintor novel que tuvo el privilegio de fundar el movimiento Indaliano, y que luego se abrió también un camino con su talento en Brasil.
Tal vez, incluso, es que nunca ha dejado de ser aquél niño que estudiaba en la Escuela de Artes y por las tardes, de camino a casa, se paraba a mirar, embelesado, por la ventana del taller de Jesús de Perceval. “Tenía unos doce o trece años, y lo veía trabajando, las esculturas...”, recuerda. “Y un día me dice Perceval: “Oye, niño, ¿es que te gusta a ti esto?”. “Pues sí me gusta, claro”, le respondí, “yo dibujo y hago algunas pinturas...”. “Pues si quieres puedes venirte por aquí””.
Así que entró, y allí fue donde comenzó su aprendizaje. Estuvo unos siete u ocho años con Perceval, la referencia indiscutible en su vida y su arte, y allí fue testigo privilegiado de la concepción y fundación del movimiento artístico que ha definido la cultura almeriense.
Ahora vive una manzana más abajo de aquella casa que era también taller y centro cultural y de tertulias, en la calle que lleva, precisamente, el nombre de Jesús de Perceval, y su taller se encuentra a pocos metros, en una cochera que compró hace unos diez años. “Estoy activo”, repite, “todos los días vengo, por las mañanas o las tardes. Ya tengo unas 70 obras grandes de esta etapa abstracta”.
Una vida dedicada al arte
López Díaz es de Alhama, del año 1928. A mitad de la Guerra Civil su familia vino a Almería, y aquí ha hecho su vida. De niño trabajó en varias cosas, como todos, pero pronto, de la mano de Perceval y la Escuela de Artes, se encaminó en el mundo del arte, y ahora, a los 84 años, reconoce con orgullo que siempre ha podido vivir de lo que le gusta, de su verdadera pasión.
En 1953 se fue a Cádiz, arregló su pasaporte en el consulado, y luego viajó a Barcelona para embarcar en el Bretaña, un barco francés que lo llevó a Sao Paulo, Brasil. Allí lo esperaba su hermana, que había emigrado unos años antes, como tantos jóvenes por aquella época. Al mes encontró trabajo en una tienda de decoración, y al año ya había llevado a su esposa, Ángeles, y su primer hijo, Antonio.
“La primera escultura que hice en Brasil fue de unos patos gigantes”, rememora, “un encargo de un catalán que tenía una empresa, y luego, como tenía contratado el colegio de La Salle en Rio de Janeiro, me llevó para que hiciera varias obras, como un San Juan Bautista que hice a tamaño natural...”.
En Brasil había trabajo, pujanza. “Nos acogían bien”, dice. “El brasilero es honesto, bondadoso, aunque claro, hay de todo como en todos lados. Al principio no me entendía, pero en seguida fui aprendiendo, porque el portugués y el español son idiomas
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/5/vivir/26813/antonio-lopez-diaz-la-activa-vida-de-un-indaliano-entre-almeria-y-brasil