Sentado en primera fila, lado derecho, frente a la Capilla Mayor de la Catedral, junto a sus padres, Carlos y Rocío, siempre a su lado, esperando el final de la misa de Resurrección. La paz con todos y nadie se va: en breves instantes se va a producir un momento histórico, la presentación de la composición sobre los 500 años de vida de la catedral-fortaleza creada expresamente para la ocasión por él, un joven almeriense del Casco Antiguo de apenas 19 años recién cumplidos en febrero.
Los minutos pasan lentos. El piano aguarda en el costado derecho. José Carlos Esteban-Hanza Fernández, a apenas dos pasos de un arma de cuerda percutida con el que está a punto de disparar al corazón de los allí congregados, aparenta algo de nerviosismo mientras conocidos, uno tras otro, se acercan a saludarlo.
Su tío Emilio le hace la introducción. Presentan su obra. Siendo en la Catedral y por sus 500 años no podía llamarse de otra forma que 'Sol de Villalán'. Porque Villalán fue el artífice de la Catedral hace cinco siglos y porque suyo es el sol que luce en la fachada este de la fortaleza y que es símbolo de Almería, ese que durante tantos años se ha llamado 'Sol de Portocarrero' y que otro Emilio, precisamente abuelo del joven artista, uno de los más grandes historiadores que ha dado esta tierra, 'recuperó' para su 'propietario'. El piano está ya frente al altar.
Traje y chaqueta verde, tono oscuro. Pelo largo y semirrecogido. Se sienta frente a las 56 blancas y 32 negras y suelta los nervios. El sístole se convierte en diástole. Los dedos, en punzadas. La música, en magia. La Catedral, en un espacio todavía más místico. José Carlos entra en otro plano mientras toca.
Los cantos de las avecillas matutinas se funden con las gaviotas de la mar cercana y su batir de alas contra el viento encuentra respiro en las almenas y cubiertas del templo. Una solemne frase ascendente invita a elevar el espíritu. La figura del trémolo insiste en percutir la misma nota, buscando esa introspección que da la quietud intramuros frente al bullicio de la calle, buscando ese acercamiento a lo divino, a esa luz que marca un sendero vital, que dé cobijo a los corazones.
En mitad de la pieza, el tañer del campanario de la Catedral da paso a uno de los guiños: la referencia al maestro de capilla del siglo XVII Antonio de Paz, de cuya 'Misa de Pascuas y Rogaciones' se incorpora sutilmente el primer fragmento del 'Kyrie', de forma que su memoria queda unida para siempre a esta partitura. Dos generaciones separadas por 500 años y unidas en el mismo templo.
Hay dudas, vaivenes, tormentas, pero la partitura se decide finalmente en un ascenso constante, elevando el espíritu. El creyente abre los ojos con el espíritu fortalecido. Vuelve la belleza natural del alba y el canto de los pájaros. La templanza de un corazón que se sabe escuchado por el Padre.
José Carlos levanta la vista de su piano. Toda la Catedral está en pie, aplaudiendo. Se lleva la mano al pecho y baja la cabeza, humilde, agradecido. Su 'Sol de Villalán' ya no es suyo, es de todos los almerienses. Afuera llueve, dentro también, en los ojos de algunos. Remata la faena con una taranta y una soleá flamencas, su especialidad, la que le viene de sangre por su tío, Tomatito. Carlos y Rocío no caben en sí de orgullo. La partitura de José Carlos ya es historia de la Catedral. José Carlos ya es historia de Almería. Para más regocijo de su abuelo Emilio.
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