En plena Medina, el barrio más antiguo de la ciudad de Almería, se encuentra una estatua que impone al paseante. De espaldas a la milenaria Alcazaba, un hombre vestido con ropas al más puro estilo musulmán vigila el puerto desde las alturas, atento al mar por el que un día llegaban los invasores. En la mano, porta una afilada cimitarra. Se trata de Jayrán al-Amiri, el primer rey de la Taifa de Almería.
Calificado por unos como un ambicioso conspirador y por otros como uno de los mejores gobernantes que ha tenido nunca la ciudad, el misterio que rodea su figura es fruto de la época en la que vivió. “Como la información que tenemos procede de crónicas medievales, depende de quién las haya escrito o financiado. Si la mandan redactar los enemigos de Jayrán, será más beligerante que si ha sido mandada por sus simpatizantes”, explica Francisco José Díaz, profesor postdoctoral de Historia Medieval en la Universidad de Almería.
En lo que las crónicas no dudan en ponerse de acuerdo es en los inicios del que luego sería el primer rey de la taifa de Almería. Jayrán fue un niño eslavo procedente de la Europa del este o del Norte. Los suyos eran eunucos, vendidos como esclavos con el objetivo de ser fieles devotos al Estado y, en su caso, al Califato. Es por sus humildes orígenes que se desconoce su fecha de nacimiento.
Un legado para recordar
Cualquiera que se encamine hacia los alrededores del cerro de San Cristóbal podrá apreciar la formidable muralla del siglo XI que se alza sobre las laderas del monte. La llamada ‘muralla de Jayrán’ fue una de las tantas transformaciones que el gobernante llevó a cabo durante su mandato (1014 al 1028), pero no la única.
Además de las obras públicas para dotar de una mayor seguridad al enclave, Jayrán también efectuó la ampliación de la mezquita aljama de la ciudad, emplazada donde hoy se encuentra la actual iglesia de San Juan Evangelista. Almería se convirtió así en un pacífico bastión con gran afluencia de gente que se sentía segura en la medina. De hecho, la población en aquella época creció hasta alcanzar los 30 mil habitantes, una cantidad nada despreciable.
Como explica el profesor Díaz, Almería se dibujó en el mapa como “uno de los puertos más importantes del Mediterráneo. Los comerciantes de Oriente, de Egipto, de Siria e, incluso, aquellos que negociaban con productos procedentes de la India veían Almería como una escala esencial” dentro de las rutas comerciales del Mare Nostrum. En la misma línea, acuñó moneda propia para incentivar el comercio.
Si Almería fue importante durante el siglo XI, más de cien años después siguió viviendo del recuerdo. Dentro del posterior Emirato Nazarí de Granada, la plaza almeriense sería la tercera más relevante del reino, tan solo después de Granada (la propia capital) y Málaga.
Ascenso al trono almeriense
Como uno de los más brillantes generales del ejército de Almanzor, Jayrán fue un guerrero en una época de pronunciamientos. El Califato de Córdoba empezaba a fracturarse debido a luchas de poder interno y, de hecho, hay quien llama a este periodo “la guerra civil”.
Cual conflicto de sucesión castellana, había quien dudaba de la legitimidad del califa y, como siempre que surgen dudas similares, existían otros candidatos para su sustitución. Jayrán lucharía por instaurar a un nuevo califa en el poder pensando que sería fácilmente manipulable; y una vez más, las ironías históricas lo contradijeron.
“El nuevo candidato se mostró poco proclive a ser manejado”, afirma Díaz, condición que acabó con su vida al ser fruto de una conspiración en Guadix a manos de los emisarios de Jayrán. Llegados a este punto, parecía imposible la restauración de un califato legítimo y tan espléndido como lo llegó a ser en sus inicios. Comenzaban así los reinos independientes de taifas.
Cómo llegó Jayrán a ser el primer rey de la taifa de Almería tiene una fácil respuesta. Por fuerza de las armas acabó con aquellos que lideraban tanto la Medina como la Alcazaba, dos cabecillas enfrentados entre sí.
Un final de vida atípico
Jayrán no dejó de escribir historia ni después de su último suspiro. Si bien las crónicas coinciden en que falleció tranquilamente de muerte natural, algo atípico para una época tan convulsa, aún menos común fue su sucesión.
“Lo que ocurría en el resto de taifas era que un gobernante hiciera presión para ser sucedido por su hijo. Si no, algo que también ocurrió a lo largo y ancho de toda la historia de Al-Ándalus es que en el momento en que alguien moría, se iniciaba una pelea interna con muertes, revueltas y demás problemas”, enumera Francisco José Díaz. Pero Jayrán ni podía tener descendencia ni permitió que su reino perdiera la paz que tanto le había costado alcanzar.
Sin oposición alguna, acordó con el resto de notables de la ciudad un sucesor para la ciudad de Almería. Zuhayr al-Amiri tomaría su relevo a partir del año 1028. Esta sucesión es considerada por los historiadores como una muestra de la gratitud que los habitantes de la taifa almeriense le prodigaban, lo que podría ser una prueba de que, en realidad, fue un buen gobernante. Fuera o no así, los vestigios de su reinado, como la estatua frente a la que fue su morada un milenio atrás, saludan hoy al visitante recordando el pasado musulmán de nuestra ciudad.
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