“Palomares hay en todo el Mediterráneo”, dice Juan Antonio Muñoz, “y en Almería hay una afición por la paloma increíble, incluso para la competición. Hay sitios de la provincia donde hay montones de palomares...”
Muñoz es investigador etnográfico, miembro del Instituto de Estudios Almerienses, y mientras habla va mostrando las fotografías y esquemas que atesora en su ordenador, fruto de años de recorridos e investigaciones.
“En los ámbitos cerealísticos, principalmente en Castilla, la parte de Palencia, por ejemplo, los hay inmensos, gigantescos”, continúa. “Aquí, en Almería, la característica es que hay muchos y pequeños. Hay zonas donde cada casa, lo mismo que dos cabras, tiene un palomar de unas 300 palomas. Están los palomares exentos, los interiores... Pero hay en todos los cortijos. Es algo ancestral.
Egipto, Grecia, Europa...
Todo indica que el ser humano ha tenido desde siempre una relación muy estrecha con la paloma. Hay constancia de que ya en el antiguo Egipto existían los palomares, y es probable que de allí se extendieran por Europa a través de la cultura griega, como tantas cosas.
Prolíficas, abundantes y con un peculiar sentido de la orientación a grandes distancias, las palomas eran muy usadas por los romanos y los nobles en la Edad Media. Incluso hoy en día los militares las siguen criando y entrenando, tal vez porque ni ellos mismos se fían totalmente de la tecnología.
“Todos los ámbitos en España y Europa tienen palomares, porque la paloma, en primera, es un alimento”, explica Muñoz. “Ya no las comemos, pero antes tú ibas a los mercados de pueblos y habían palomeros. Todavía hay alguno, en Vélez Rubio, Albox... Se comía y servía para el tiro, y tenían un precio. Además, el ‘palomino’ es un abono muy preciado. Es muy intenso, muy fuerte, muy denso, y bien mezclado es fundamental en sitios, por ejemplo, como el desierto de Tabernas, con tierras muy áridas y salitrosas...”.
“A las palomas no se les da de comer, vuelan solas. Sólo necesitas ponerles un sitio donde vivan, y ahí se meten ellas”, sonríe. “Un palomar como este de cinco mil nidales”, señala una imagen en la pantalla, “en parejas, son diez mil, y puedes venderlas, y también los pichones. Es un ingreso prácticamente gratuito, se podía vivir de la paloma. Es un dinero seguro”.
Una afición “increíble”
En Almería, cada zona tiene un tipo de palomar. “Los hay de piedra, de yesos, los hay triangulares de cerámica, de ladrillos tejeros, circulares, como macetas, había alfarerías que se metían semana haciendo un palomar...”, explica el investigador. “Sobre todo, hay un determinismo ambiental. Yo veo un palomar en una foto y te digo la zona en que está”.
Dentro de poco se publicará un libro titulado ‘Los palomares de Iberia’, y Muñoz ha escrito el capítulo ‘Palomares del sudeste’. “La afición por la paloma es increíble”, dice. “Si vas un fin de semana por la periferia de Almería te encuentras cientos de personas con palomas. Y hay zonas con palomares bellísimos. Hay un tipo de yeso, en la parte de Sorbas, circulares, con doce metros de alto. Y en Níjar, en Lucainena de las Torres, en el cortijo Los Baños, reconvertido en un taller para los niños...”.
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