Lo que llamamos ‘suerte’ tiene dos orillas, la buena y la mala, siendo ambas posibles en un mismo hecho. Otros prefieren hablar de ‘azar’, y hay quien llega a utilizar ‘hado’. Aquí es preciso detenerse, porque es innegable que dos veces el destino ha actuado sobre un chico almeriense que era pura potencia, rápido, fuerte física y mentalmente, al que una ‘afortunada’ decisión familiar precipitó hacia su encuentro con el rugby. Las artes marciales lo habían ocupado, pero no llenado, así que se encontraba en plena búsqueda cuando deshizo las maletas en Inglaterra para cursar un año de bachillerato. El impacto fue más rotundo si cabe porque jamás había visto un partido con balón oval.
Sus condiciones innatas para el deporte en general se dieron de bruces con la realidad de una modalidad que parecía hecha a su medida. El citado destino le hizo un guiño, y Pablo Jiménez Barceló agarró el ‘melón’, chocó varias veces y salió a toda velocidad para no parar jamás. Ipswich, curso 87/88, año cero: “Me enamoré”. Si hace memoria, se da cuenta de que nadie se preocupó de darle lección alguna, sino que directamente entró en el campo y que era la intuición la que le guiaba. En su maleta de vuelta se trajo el balón y se olvidó el antídoto: “Volví a Almería y coincidió con que se había formado justo ese año un grupo sénior con jugadores de diferentes orígenes, la mayoría de Granada”.
Se le daba realmente bien y soñó con llegar lejos, pese a las dificultades que la geografía le ponía: “Al no haber posibilidad de jugar con gente de mi edad, 15 años, comencé precisamente en el sénior”. Pero no se conformó con ‘matar el gusanillo’, sino que ya comenzó a crear: “Al año siguiente formamos un equipo de mi categoría en el IES Nicolás Salmerón y Alonso, y pude volver a jugar con chicos de mi edad, aunque también seguí con los mayores”. Iba a todo tren, con billete a convertirse en un jugador de alto nivel, pero su destino no iba a ser ese, porque el ‘destino’ le esperaba por segunda vez: “Con 19 años, justo el año de Barcelona ‘92, me rompí la rodilla jugando al baloncesto”.
No sin el rugby
Pablo era un apasionado de la canasta, que ‘se puso celosa’ del oval y quiso que se separaran, pero cabe recordar que hubo enamoramiento a primera vista y que el rugby tenía tanto poder sobre este joven como para que hiciera girar su vida en torno a él: “Tuve una triada de la que tardé mucho en recuperarme y que me dejó secuelas importantes; durante la rehabilitación, y dado que no podía jugar, me interesé por aspectos más relacionados con el entrenamiento”.
Lo que para Jiménez Barceló era la orilla mala de la suerte, para el devenir del deporte oval en Almería fue la orilla buena. Es egoísta pero cierto aseverar que el brillante presente rugbier de la provincia ‘le debe una’ al baloncesto.
No todo iba a ser fatal para Pablo, puesto que se cruzó con una persona muy importante en su vida: “En ese momento, el que a la postre es como un hermano, José Cuadrado, acababa de empezar a trabajar con una escuela en el Colegio Virgen de Loreto, y me enganché”. Había reto: “Me motivaba saber que necesitábamos trabajar escuelas para que el rugby no desapareciese, y esto se unió a que me encantaba gestionar grupos humanos y educar a los chicos en valores”. No fue sencillo: “Requirió de muchas horas de promoción en los colegios y de una ardua labor contra el estigma que soportaba nuestro deporte”. Faltaba, una vez consolidado el avance, un primer gran logro.
Eso llegó con el paso del milenio, en la temporada 2000-2001, cuando se llevó a cabo la escritura del primera capítulo de éxitos de la historia: “Trabajamos con diferentes categorías durante varios años, incluso con todas a la vez, y pronto encontramos la primera recompensa, el Campeonato de Andalucía en la categoría Sub-18”. Primera pica en Flandes puesta: “Fue algo increíble, dado que no era para nada esperado; la primera vez que un equipo de Andalucía oriental lo ganaba, y supuso un reconocimiento para todos nosotros”. Tan es
así que había nacido el Jiménez míster: “Aunque todavía era jugador, me pidieron que entrenara al sénior y me llamaron de la Selección Andaluza”.
Desde ese momento se destapó la enorme capacidad de trabajo que le define: “Lo compaginé todo con seguir entrenando otras categorías, asumí la dirección técnica del club, vinieron más logros deportivos, otro campeonato Sub-18 en la temporada 2010-11, la creación de URA, el ascenso a DHB… y aquí estamos”. Poliédrico, ordenado, escuchante paciente y comprensivo, la gestión de grupos y su profundo conocimiento del juego han valido a Almería dos permanencias que por momentos parecían imposibles por distintas circunstancias, o lo que es lo mismo, una imagen exterior asentada en valores positivos como la humildad, el sacrificio, la honestidad, el compañerismo, el respeto… valores rugbiers.
Sigue habiendo un mañana
Ahora toca dar un paso al lado, aunque nunca ha rivalizado para estar debajo del foco. Unión Rugby Almería tendrá un nuevo entrenador de alto nivel que no solo se encontrará con la herencia de Pablo Jiménez, sino con el propio Pablo como eje del engranaje de una maquinaria muy grande: “Hoy en día, el club tiene tal tamaño que me resulta imposible ser capaz de desempeñar las dos funciones sin descuidar alguna; dado que nuestro objetivo a largo plazo es convertirnos en uno de los focos del rugby nacional, el desarrollo del rugby provincial es prioritario y hay que estar muy encima; encontrar un director deportivo es muy complicado, encontrar un entrenador es más fácil”.
No se trata solo de cubrir el hueco, sino de intentar “dar un empujón hacia más altas y nuevas metas”. Se ha buscado en el mercado y por ahora se desvela solo que el nuevo inquilino del banquillo cruzado es neozelandés y de prestigio. Llega a un proyecto que se gana el respeto partido a partido, pero también en sus grandes propuestas sociales y en su esfuerzo canterano. Todo seguirá con el sello de Jiménez Barceló, que necesita un respiro de la alta competición: “A mí y a mi familia, especialmente a mi mujer, Chantal Cano, mi principal apoyo, nos ha dejado extenuados; un año más al ritmo de este último es insostenible”. La implicación personal y contentar a todos acaba por pedir una pausa.
Ahora falta que su personalidad y su sueño se la permitan, porque no podrá evitar el deseo de días que duren 36 horas. URA ya no da palos de ciego por inexperiencia y ha tomado conciencia del contexto: “Después de muchos años viendo el rugby desde todos sus ángulos había comprendido una obviedad, que nuestro principal problema es que somos una provincia periférica que está
lejos de los principales focos nacionales, con los consiguientes inconvenientes; comprendí que por mucho que nos esforcemos, Almería no va a cambiar su ubicación en el mapa, así que lo único que podíamos hacer es convertirnos nosotros en un foco del rugby nacional”. Pensar en grande, se llama.
Competencia bien entendida
Es por eso que, de entrada, sostuvo que “cualquier intento de fusión entre los clubes era un error”, porque lo que se necesitaba era multiplicar el número de equipos en la provincia: “Pensé cómo lo podíamos hacer y entendí que la única manera era fomentando nuestra propia competencia, creando nuevos clubes en nuestro entorno cercano y facilitando su desarrollo, para que así todos creciéramos deportivamente a través de una competitividad sana con un costo humano y económico razonable”. Debates y propuestas entre compañeros, “Cuadrado, Jorge Giménez, Rafa Pizarro…”, y un contacto con Marcos Martín, presidente de El Ejido, para “crear una liga provincial en categorías base”.
Pablo Jiménez no solo predica, sino que pone pan sobre la mesa: “Presenté en la Diputación un ambicioso proyecto llamado ‘¡Vive Rugby!’”. Todo esto caló y los presidentes de Costa de Almería y El Ejido Rugby “comenzaron a hablar de unir los clubes, no de fusionarlos”. Coincidió además “con la reaparición de una persona muy bien relacionada, con alta capacidad de gestión, que llegó con muchas ganas de trabajar y que quedó seducida desde el principio por la idea de unir todo el rugby almeriense en un club provincial cuyo objetivo fuera potenciar la aparición de nuevos clubes y dar apoyo a los ya existentes”. Está claro que habla de Miguel Palanca, que también ha sabido escuchar.
En ese sentido, el presidente unionista “se ha dejado orientar a la vez que ha incidido en los aspectos que consideraba descuidados”. Repartiendo méritos, Pablo Jiménez quiere subrayar que “el éxito de la gestión de Palanca lo demuestra que en 2018 habrá 6 clubes y 8 escuelas municipales, incluida una de rugby inclusivo”. Esto ya se parece mucho a lo que buscaba desde siempre y que comenzó a materializarse más claramente cuando en 2013 fue el elegido por su empeño y formación: crecimiento real y efectivo apoyado en “la gran visibilidad que da el primer equipo en la segunda categoría nacional del rugby”. Ese niño de Ipswich lo habría inventado de no haber existido.
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