Ahí sigue Suso, en la picota, pese a haber sido uno de los jugadores más brillantes del Almería en la 1ª mitad de la Liga. Todo comenzó con una incomparecencia a un entrenamiento y a partir de ese momento se le ha rodeado al futbolista de una aureola de conflictivo o de no estar poniendo toda la carne en el asador, absolutamente injustificada y fuera de lugar. No tiene problemas con su posición en el campo y acepta con disciplina las misiones que le asigna su técnico. Distinto es el grado de incidencia que su juego está teniendo en el rendimiento global del equipo.
Estaba llamado a ser el buque insignia del ataque por la gran calidad que atesora, pero sus prestaciones no son las del comienzo. Pero quizás se nos está olvidando a todos que Suso tiene sólo 20 años, cumplidos el pasado mes de noviembre, que él es el primero en ser consciente de su bajón en el campo, pero que un futbolista tan joven tiene que ser especialmente vulnerable a las continuas muestras de desaprobación de su gente, la que le tiene que arropar y levantar y, que en lugar de ello, está convirtiendo la estancia en Almería del futbolista en un calvario. Suso se ha convertido en el chivo expiatorio de los males de este Almería, un equipo que se está demostrando selectivo en sus esfuerzos, que no siempre sale con las mismas ganas e intensidad y que se ha convertido por méritos propios en un firme candidato al descenso. Y eso no parece justo porque Suso no puede ser el único culpable de la mala clasificación del Almería y mucho menos de los 52 tantos recibidos, que es el cáncer que está minando con la salud del equipo. Cuando un conjunto funciona es mérito de todos, pero cuando acumula fracasos la culpa es de todos los protagonistas y, de forma preferente del entrenador que, no se debe de olvidar, es el máximo responsable. La situación del Almería es delicada, más por las sensaciones que por la clasificación, pero las opciones de permanencia parece claro que pasan por lo que se pueda hacer en el Mediterráneo.
Así que procede cerrar filas mientras que el balón esté rodando y, una vez que el árbitro señale el camino de los vestuarios, premiar o censurar al equipo, pero no centrar las críticas y las protestas en un futbolista, que sólo es uno entre muchos.
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