Mi relación con los hombres de banquillo siempre ha sido más profesional que amistosa. El primer entrenador del que aprendía fue Juan Antonio Román y desde allí pasé al Maestro Segura, José Víctor, Antonio Oviedo, Pepito Navarro y Floro Garrido.
Faltan muchos más en la larga lista pero con todos menos con uno mi trato ha sido especial. Le tocó a Floro Garrido cruzar esa línea que siempre he marcado como distancia entre la información y la amistad.
Y fue precisamente con Floro Garrido con el que tuve las mayores guerras y vetos de mi carrera. Recuerdo que al principio me dejaba entrar al vestuario para grabar las entrevistas con los jugadores: me dio carta blanca. El Mármol Macael ganaba y estaba líder pero llegó la mala racha de resultados y ante la primera crítica severa: a la calle.
Mi Floro Garrido llamó a la Cadena SER para comunicarme que: “Los jugadores dicen que no vuelvas a entrar en el vestuario”. Le dije que no era un tema de los futbolistas y al día siguiente me dijo el capitán: “La decisión la ha tomado el entrenador”. Desde aquel día nuestra relación curiosamente fue a mayor, nos hicímos muy amigos pero: no volví a pisar su vestuario.
Con el entrenador madrileño la relación se fue tensando en la medida que no aparecían los resultados y empezaron a no caerle bien mis titulares. Le dije: “Tu gana partidos y todo cambiará”. Pero me decía aquello de: “Tu actitud no ayuda al vestuario”. Ese día por la tarde le quitaron el mando y cuando al día siguiente se enteró por LA VOZ lo tenía en la puerta de la Cadena SER con un Bazoka apuntando a mi persona. Nos dijímos de todo subidos en mi Rover rojo con techo abatible y terminamos comiendo en el Rincón de Pedro de Albox sin arreglar el tema.
Lo de Floro fue mi bautismo de fuego y aprendí mucho de esta experiencia. Luego me tocó lidiar con otros como Uli Stielike que me puso como un guiñapo en una televisión almeriense y al día siguiente le dije ante testigos: “olé, Uli, por dar mi nombre y apellido en la tele”. Ese mismo día el alemán me pidió ayuda y se la brindé con todo el cariño. Me ganó por su humildad.
Lo he intentado toda mi vida y se lo digo a los que empiezan en esto: “informadores y entrenadores nunca se llevaron bien”. Desde Floro Garrido (que en paz descanse) no he vuelto a tener un entrenador amigo. Quiero a Antonio Oviedo como a un padre y a Pepito Navarro como a un hermano, pero es otro tipo de relación.
Tenía razón cuando me decía Floro Garrido aquello de: “A ver que pones mañana en La Voz, Pijindo, que me crujen”. Me llamaba Pijindo porque yo le puse el mote cuando firmó por el Mármol Macael en recuerdo cariñoso a un señor de Albox.
¡Cuánto daría porque me siguieras llamando Pijindo, Floro!
¡Cuánta razón tenías, Pijindo!
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