La facultad de poesía José Ángel Valente ha abierto sus puertas. Con el alma del poeta paseando por sus ficticios pasillos, el susurro de sus poemas colándose por los huecos de las ventanas –como este viento mediterráneo- y sus aulas quiméricas repletas del entusiasmo del primer día de curso, el acto inaugural bautizó de poemas este proyecto. El espacio elegido para dar cuerpo a la puesta de largo fue el Centro Andaluz de la Fotografía –CAF– y entre los asistentes, Carlos Pérez Siquier, que parecía velar por la perfecta comunión entre los poemas y las imágenes de Antoni Arissa.
Raúl Quinto hizo de maestro de ceremonias con Isabel Giménez Caro limando sus uñas a base de nervios desde la primera fila. Y Chantal Maillard ejerciendo su magisterio –en el sentido etimológico de la palabra: máxima autoridad– ante un aforo entregado y repleto. El fotógrafo Pablo Juliá –director del CAF– la presentó como una niña que no deja de preguntarse por qué. Y ella, por no contradecirlo, correspondió con un gesto infantil escondido detrás de media sonrisa que quería encerrar el misterio de la inocencia. Luego, la poeta leyó algunas de sus creaciones con las eses belgas de su acento resbalando entre los renglones de los poemas.
Alternaba silencios precisos y versos afilados, con los dibujos de David Escalona. Dibujos que dialogan con el espacio donde mueren los pájaros. Dibujos que ponían el acento en la voz pausada de Chantal. Dibujos que plantean tantas preguntas como respuestas. Dibujos de trazos metafóricos, de dedos, de manos, de hilos y de líneas que unen universos alojados en distintos planos.
La poeta sujetaba las palabras con su mano izquierda mientras que con la derecha marcaba el ritmo de su lectura. Un ritmo calmado y reflexivo para una poesía íntima que coqueteaba con las fotografías en blanco y negro de la segunda planta. Poesía con la voz un poco gastada, como esas mismas imágenes, por el tiempo y la experiencia.
A Chantal Maillard le ha sido concedido el Premio Nacional de Poesía y el de la Crítica por dos obras –Matar a Platón (Tusquets, 2004) e Hilos (Tusquets, 2007), respectivamente– en las que la poesía y la filosofía se muestran cada una como el reflejo en el cristal de la otra y se reconocen desnudas, despojadas de seguridad, para entender sus fracasos. Porque seguir escribiendo y seguir preguntándose por qué son el resultado de un fracaso. Pero la filosofía y la poesía también dialogan en la obra de esta autora para darse sentido mutuamente, poniendo el acento una en lo singular –la poesía– y la otra en lo universal –la filosofía–.
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