Aquellos que tengan la paciencia de frecuentar estas columnas sabrán de mi aversión por esa forma de agresión colectiva que apareció en nuestras vidas bajo la tipificación periodística de “escrache”. Más allá de la etimología, lo que en realidad hacen estas definiciones –sumen los sedicentes “piquetes informativos”- es apantallar y dar carta de naturaleza a lo que no es más que un ejercicio de matonismo indecente: pura basura.
Sin embargo, los abusadores han encontrado siempre el apoyo y el aplauso de individuos adornados con la misma ética que cien gramos de mortadela, capaces de hacer poesía social en donde no había más que chulería. Por ejemplo, dos meses antes de ser nombrada alcaldesa, y cuando los llamados “indignados” perseguían a sus anchas a los cargos del PP, la jueza Manuela Carmena llegó a sentenciar: “Todo lo que sea manifestar la protesta contra las actitudes de personas que tienen responsabilidad pública es un ejercicio muy importante de nuestra libertad de expresión, y hay que asumirlo”. Visto así, el agarejo de nuestra infancia no sería más que una práctica ritual de escenificación de la discrepancia entre zangolotinos. Pero lo que no dicen todos estos ideólogos del hostigamiento es que la cosa está bien siempre que sean ellas y ellos los que tengan el megáfono. Y así, el concejal de Seguridad de Carmena, Javier Barbero, un antiguo “okupa” que participaba en escraches contra miembros del PP, fue lamentablemente hostigado en la calle por miembros de la Policía Local. ¿Y saben lo que dijo el tipo tras la experiencia? Pues si creían que asumiría la protesta como ese “importante ejercicio de libertad de expresión”, están listos. Que otras personas le hayan hecho exactamente lo mismo que él hacía a otras, es… ¡fascismo e incitación al odio! ¿De qué catálogo de caraduras habrá sacado esta señora a su equipo de Gobierno?
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