La propuesta de Donald Trump de que la salvación de Estados Unidos consiste en deportar a todos aquellas personas en situación ilegal y prohibir rigurosamente la entrada al país de cualquier tipo que no sea anglosajón es simétrica al simplista "papeles para todos" que incentivó un presidente de gobierno de España, de cuyo nombre no me da la gana acordarme. Discípula obediente de cualquier demagogia con pedigrí izquierdista, la alcaldesa de Madrid ordenó colgar una pancarta que estropea la fachada del Palacio de Cibeles, donde se lee "Welcome Refuges", y puede incitar a pensar que en el ayuntamiento de Madrid ingresan, cada día, docenas de sirios, pero lo cierto es que todavía no ha llegado el primero.
Donald Trump piensa que la persona que cae enferma y no tiene dinero ha hecho méritos suficientes para morirse, y los demagogos de guardia españoles prometen inmolarse antes de permitir el copago sanitario, porque el gasto sanitario es de una magnitud tan grave que para sostenerlo no tendríamos que pagar impuestos, sino pasar a que nos retuvieran el sueldo.
Podríamos colocar en la misma comparación simétrica las tonterías de Marine Le Pen y las de sus contrarios izquierdistas españoles, pero no merece el esfuerzo.
La pregunta evidente es ¿por qué tienen tanto éxito los soberanistas, la extrema derechistas y populistas de izquierdas? Creo que la razón no se debe a que estemos faltos de inteligencia o de información, sino que los seres humanos sentimos una atracción irresistible por creernos lo que queremos escuchar. Le sucede a la novia ingenua y al cornudo, a la víctima del toco mocho y al creyente en conspiraciones. Recuerdo a un conocido hablarme de su socio como si fuera su hermano, cuando yo sabía que estaba llevando a la ruina su empresa, y cuando se lo insinué, dejó de hablarme. Los demagogos no tienen que esforzarse mucho. Les aguarda un público dispuesto a comprar los collares de cristal, y asegurarán que son piedras preciosas.
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