La primavera sin razón

Una promesa de excentricidades por venir, con payasos carentes de liderazgo. Mañana empieza, de verdad, el año nuevo. Si hubiera que repetir las elecciones habría que prohibir

Fausto Romero-Miura Giménez
01:00 • 27 mar. 2016

Empezar la primavera comiendo migas como a buen almeriense corresponde los días de lluvia, es toda una promesa de excentricidades por venir. 
“La razón se indisciplina”,  canta Serrat de la primavera. Si es, ése, el rasgo que la define, en España llevamos en primavera desde el 20 de diciembre. Aunque para que se indiscipline, hay que tenerla, y da la impresión de que los culisilentes del parlamento carecen de ella. Si la tuviesen, parlamentarían -parlarían, hablarían- siquiera para ganarse el sueldo. Y, visto su éxito, si hubiera que repetir las elecciones habría que prohibir que pudieran re-presentarse, dada su ineptitud manifiesta.
No los entiendo en absoluto, y estoy como hace muchos años, cuando, en base a un e-mail que había recibido, me preguntaba, entre otras cosas: “¿por qué Pluto es un perro naranja? ¿Por qué Pedro Picapiedra cuando corre pasa siempre por delante de la misma casa? ¿Por qué la Policía no detiene al que le da las espinacas a Popeye siendo su efecto de sobra conocido? ¿Cómo puede el abuelo de Heidi mantener una familia y un chalet en la sierra con la pensión de un jubilado? ¿Qué hace Clarita trotando por el monte en silla de ruedas? ¿Por qué a los enanitos de Blancanieves no se les respeta más llamándoles personas pequeñas? ¿En qué se parece una abuelita a un lobo feroz para pasar desapercibido en camisón? ¿Por qué iba Pulgarcito tirando migas de pan por el bosque cuando su padre les iba a abandonar por no tener nada que darles de comer? ¿Era Marco tan pesado para que su padre le dejara ir solo por el mundo, si apenas tenía diez años, y su madre huyera de él?
Más o menos, así es la relación que mantienes los ¿políticos? con la sociedad de España. Y lo que muchos españoles nos preguntamos sobre ellos.
O tal vez sea que yo pertenezco a una generación en trance de extinción, que debe de haber sobrevivido de milagro, y que nada tiene que ver con los jóvenes que ahora ¿nos representan?: íbamos en bicicleta sin casco, jugábamos a ver quién era el más bestia, y al “dólar”, y nadie sufrió hernias ni dislocaciones vertebrales; salíamos de casa por la mañana, jugábamos todo el día, y volvíamos cuando se encendían las luces, sin que nadie pudiera localizarnos: no había móviles ni internet ni facebook ni twitter ni instagram  ni whatsapp...  Nos abríamos la cabeza a pedradas y no pasaba nada, era cosa de niños y las escalabrauras se curaban con agua oxigenada, yodo y mercurocromo y, si acaso, unos puntos; comíamos dulces y bebíamos refrescos, pero no éramos obesos, si acaso alguno era gordo, y punto. Íbamos a cazar lagartijas y pajarillos con un tirachinas o una escopeta de balines. Pasábamos horas al sol sin crema de protección factor 60…
Es difícil creer que estemos vivos... Y, claro, entiendo que a estos yuppies aggiornati le parezcamos extraterrestres –o residuos- de otro mundo y no nos entiendan: desde que las insignias se llaman pins; las comidas frías, lunchs; y los repartos de cine, castings, este país no es el mismo: antes, los niños leían tebeos en vez de comics, los jóvenes pegaban carteles en vez de posters, los empresarios hacían  negocios en vez de business, y los obreros sacaban la fiambrera en vez del tupperware. Nadie es realmente moderno si no dice cada día cien palabras en inglés: no es lo mismo decir bacon que panceta, aunque tengan la misma grasa; ni vestíbulo que hall ni inconveniente que hándicap... No tenemos sentimientos, sino feelings. Sacamos tickets, compramos compacts, comemos sandwiches, vamos al pub,  practicamos el rappel y el raffting y el camping y el parking y running y tracking. El mercado ahora es el marketing; el autoservicio, el self-service; el escalafón, el ranking; y el representante, el manager. Los importantes son vips, los auriculares walkman, los puestos de venta  stands, los ejecutivos yuppies; las niñeras baby-sitters...
¡Un circo de primavera! Pero no un circo cualquiera, sino como el Circo “Prim” de los hermanos “Frères”, (sic.) que, de niño, veía llegar a Berja por la carretera de Benejí.
Estos payasos de ahora, carentes en absoluto –todos- de liderazgo, incapaces –alguno, al menos- de dar un jarreón y decir “vamos a ocuparnos de España, no de nuestro ombligo”, no tienen maldecía la gracia.
Es curioso: mañana, acabadas las vacaciones sin que en Semana Santa haya habido milagro, empieza de verdad el año nuevo. Ya, no es siempre todavía.
...Pero ellos siguen, como siempre, a lo suyo,  vacantes. Engreídos. Vacuos.
Me quedo con mi nieto, colmado: debutó como penitente y aguantó como un jabato las más de cinco horas de procesión, que cerró, como está mandado, comiendo –y no haciendo, como los otros- churros.


Cuba, sin señal El lunes vi en directo por el Canal 24 Horas la rueda de prensa de Raúl Castro y Obama. Dos periodistas americanos hicieron preguntas directas sobre derechos humanos y presos políticos. Me conecté con la televisión cubana… y estaba sin señal. 
Todo eran señales de Cuba, pero Cuba no tenía señal.
Obama fue sincero, con finezza, y Raúl Castro no es en absoluto idiota. Los cubanos no lo vieron. ¿Cuántos políticos españoles aprendieron esa tarde?
A las 17’55, cuando respondía Castro, volvió la señal.


Estadíos del horror El 11-S, con el derribo de las Torres Gemelas, creí que se acababa mi capacidad de estupor, dolor y horror. El 11-M, con la masacre de los trenes en Madrid, al dolor y al horror, se sumó la indignación por la manipulación política innoble de la tragedia. El 14-N, con el horror de Bataclán, tuve –tal vez- más asombro, ya, que dolor. El 22-M, este martes, con los atentados de Bruselas, el dolor fue mucho pero, quizá, menor. ¿Me estaré acostumbrando, haciéndome inhumano, no amo al prójimo como a mí mismo?




Y la culpa fue de... Hay países en que para llamarle tonto a alguien se le dice belga. Tienen, pues, fama de tontos. Como los alemanes de cabezones, los italianos de fantasmas, o, en España, los catalanes de agarraos, los vascos de fanfarrones… Se está diciendo que la culpa  de los atentados ha sido la ineficacia de los servicios belgas de inteligencia, con sus dimitidos Ministros, propios del chiste de Cassen. Aun admitiendo esto, no olvidemos nunca que los únicos culpables son, siempre, los terroristas. ¡Vayamos a joerla!


 




 





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