Se viste de hipocresía

Vestido de hipocresía, el político tapa su mediocridad. La pérdida de nivel es una tragedia universal. Los profesionales son peores que nosotros, y nacen los populismos.

Fausto Romero-Miura Giménez
01:00 • 03 abr. 2016

Cuando cada mañana el sol se levanta, no despacio como para todo el mundo sino –para él, siempre convulso- casi vertiginosamente, se pone, iba a decir la chaqueta, pero no, no todos la usan. Se viste lo que sea y, así, se cubre de hipocresía, con la que tapa su mediocridad. Claro que el vestuario es amplio: no sólo hipocresía. También tiene -no sé si en su armario o en su almario- soberbia, egocentrismo, altanería, torpe testarudez, cinismo, inexperiencia sabelotodo…
Me refiero al político de turno. Diría que a todos y en casi todo el mundo porque, como en la anécdota –que repito siempre- del banderillero que llegó a Alcalde “degenerando”, la política mundial se empobrece a marchas agigantadas. 
El mismo domingo de la semana pasada pensé escribir, para hoy, sobre la falta de liderazgo. Pero se me ha adelantado Aznar… ¡y lo desprecio tanto! Porque enloqueció, porque es mala gente, desleal, y, junto al Papa, la única persona –creo- que habla ex cathedra: sólo él está en posesión de la verdad: había armas de destrucción masiva en Irak, el subsiguiente atentado de los trenes de Atocha fue obra de ETA, no existe otro líder que él… Segismundo, el pobre loco, -sueña el rey que es rey, y vive / con este engaño mandando, / disponiendo, gobernando-  a su lado, es un monumento a la razón.
Pero la pérdida de nivel de los políticos es una tragedia universal que está dando lugar a desastres varios. Lo anticipó muy bien Ortega: “Ya no hay protagonistas: sólo hay coro”. ¿Qué otra cosa, si no, son los populismos que se extienden, hoy, como un vertido de petróleo en la mar abierta? A falta de políticos-conductores, con autoridad moral, las gentes, que no se sienten gobernadas, asumen por sí mismas el gobierno: los políticos profesionales son peores que nosotros, deben pensar. Y no les falta, en parte, razón. Tal vez lo defina Elena Ferrante en este párrafo, aplicable a la inmensa mayoría de los políticos, a los que me niego a llamar clase política: porque ni tienen clase ni la dan: no enseñan, entre otras razones, porque no saben: “Es una inteligencia sin tradiciones. No es nadie. Y, para el que no es nadie, convertirse en alguien es más importante que cualquier otra cosa. La consecuencia es que es una persona de poco fiar”.
Tengo setenta años. En el Bachillerato estudié historia; luego, por mi cuenta; desde que, muy jóvenes, Anna María –italiana- y yo nos hicimos novios, me abrí a la realidad de un país convulso, mágico, pero de los más democráticos; he estado siempre al día. Y, claro, me pregunto dónde hay, ahora, un político de la valía y liderazgo de los padres de Europa, de quienes gobernaron el mundo, en las izquierdas y en las derechas.
Claro que lo mismo me pasa con el fútbol y con los toros. Cuando me aficioné viendo jugar a Di Stefano y torear a Curro Romero, lo de hoy...
Mis hijos me advierten, sin embargo, que ni se acabará el fútbol ni los toros: las nuevas generaciones se aficionarán en base a lo que conozcan hoy, lo mismo que yo lo hice con lo que viví entonces. Para mí, es una verdad aterradora, por lo que a la política y a la liturgia se refiere. Sí, la liturgia, el protocolo que, a fin de cuentas, no es otra cosa que una serie de obligaciones protocolarias orientada a hacer posible la convivencia social y el buen funcionamiento de las instituciones. La liturgia, en buena medida, es una cortesía impuesta a quien no sabe o no quiere ser cortés.
Los políticos, en su toma de posesión, juran o prometen cumplir fielmente sus obligaciones, incluidas, pues, las litúrgicas, entre las que destaca encarnar a la institución a que pertenecen en representación de los ciudadanos. Por tanto, cuando no cumplen esas obligaciones, a quienes deshonran, menosprecian o ningunean es a la ciudadanía, porque ellos, por sí mismos, no son nada: si no hubiese administrados, no habría administradores. Dicho de otra manera: la liturgia es una vacuna contra el sectarismo: Los políticos no pueden actuar, cuando ejercen, movidos por sus filias o fobias personales. 
Pero, tengan o no razón mis hijos, lo que me parece indiscutible es que, hoy, España, en vez de políticos, tiene una colección de cantamañanas, a los que sólo les importa –como a Segismundo- el poder por el poder, hacerse con él a cualquier precio, con olvido de que, como decía el General della Chiesa, asesinado por la Mafia, poder es un sustantivo   (el poder por el poder) pero también un verbo:  poder hacer cosas por la sociedad, gobernar.
Y es que, resumidas cuentas, siempre repito que en la vida se está para servir –no vale el autoservicio- o no se sirve para estar.
No vale la hipocresía.


 







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