Para un español medianamente observador de la deriva que viene padeciendo España de unos años a esta parte, el gran problema que nos preocupa y nos agobia, por encima de la situación económica, qué también, lo constituye el fenómeno separatista.
Es evidente que durante la última Legislatura española, que acabó el 20 de diciembre, en gran medida coincidente con los últimos tiempos del Gobierno de Cataluña del señor Mas, y especialmente desde el resultado de las últimas elecciones catalanas, con la constitución de un gobierno integrado por partidos claramente separatistas, la situación ha ido empeorando considerablemente. Todos asistimos, estupefactos, cómo el Gobierno catalán, este y el anterior, vienen desobedeciendo resoluciones de los máximos estamentos jurídicos previstos en nuestra Constitución, sin que ello haya supuesto ningún tipo de respuesta, fuera de la política, de quién debía garantizar el cumplimiento de las Leyes y el mantenimiento de la unidad del Estado.
Como consecuencia, la osadía de las instituciones catalanas no ha dejado de crecer, habiendo culminado con la ignominia de la invitación a visitar formalmente dichas Instituciones a Arnaldo Otegi, exmiembro de ETA, condenado por ello, y que ha sido incapaz de pedir perdón por sus responsabilidades, a tantas y tantas víctimas inocentes del terrorismo, fruto de la locura mantenida en España durante los últimos 30 años.
Es verdad, e incluso es posible, que con su condena haya cumplido para con las Leyes españolas y que un sistema democrático debe tener fórmulas que garanticen la reinserción en la sociedad de los penados, pero aún así, Otegi, está inhabilitado para ejercer cargo público hasta el año 2021. Sin embargo, vista la osadía de este personaje y de quienes le apoyan, no sorprendería para nada que este año, en las elecciones vascas, se presente para ser lehendakari de aquella comunidad y, lo que es más grave, que pueda ser elegido por la ciudadanía, sólo o en compañia de Podemos o alguna de sus ramificaciones.
La visita de este personaje, más que institucional, al Parlamento catalán y al Ayuntamiento de Barcelona, de la señora Colau, no sólo ha constituído un escarnio y una humillación a las victimas del terrorismo, lo ha sido también para el resto de las fuerzas políticas representadas en el Parlamento, y especialmente ha escandalizado a una gran mayoría de españoles de bien. Es verdad que los separatistas catalanes de hoy, y los vascos de mañana estimulados por el ejemplo catalán, no dejan de crecer en su chulería ante la debilidad de un Gobierno en funciones y de un PSOE inmerso en su debate interno sobre sus propios problemas, desoyendo lo fundamental, pero esto debe tener un límite.
Calificar a Otegi como un hombre de paz, demuestra hasta qué punto una parte importante de la sociedad española ha perdido el norte o está gravemente enferma. Tiempo tenemos de enderezar este rumbo que, en democracia, sólo será posible conseguirlo a través de las urnas.
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