Los perros de la guerra

En esta animada guerra de los perros que algunos se empeñan en azuzar contra el Ayuntamiento de Almería, hay mucho de Fuego, Espada y Hambre, que eran los nombres de los perros de la guerra que esperaban, a los pies del Enrique V de Shakespeare, el inicio de la batalla. Pero ahora no hace falta que nadie dé la orden -“¡Grita devastación y suelta los perros de la guerra!”- porque de eso se ocupan ya las redes sociales, esa nueva jauría de ruido y furia que todos llevamos en el bolsillo. Y lo cierto es que hay quien está empeñado en trasladar de la perrera de Almería una imagen a mitad de camino entre el infierno de Dante (Abandonad toda esperanza) y el campo de Auschwitz (El trabajo os hará libres) sin detenerse a valorar la labor de los excelentes profesionales que allí prestan sus servicios y obviando la situación real de un servicio siempre problemático cuando el debate racional se sustituye por el desparrame emocional y el recurso demagógico. Pero hay que andarse con pies de plomo para tratar este tema y hay que evaluar el propio grosor epidérmico a la hora de hacer determinados comentarios. No es fácil situarse al margen de la corriente de buenismo zoológico que parece imponerse, con independencia de lo exagerado o sencillamente ridículo de algunos planteamientos de defensa ultraortodoxa de cualquier forma de vida animal. No les hablo de las sobrevenidas formas del PSOE almeriense (el mismo que permitía que durante sus alcaldías los cachorros fueran ahogados y arrojados a los contenedores) y su descubrimiento del Espíritu Disney. Estamos en precampaña, ya saben: Fuego, Espada y Hambre. Me refiero, por ejemplo, a todos los que, haciendo vehementes y hasta furiosos alegatos pro-vida canina o felina, luego son firmes defensores del aborto libre y gratuito. Tengo mucha curiosidad por ver a alguien intentar cabalgar esa devastadora contradicción.