Encaramos ya la semana final de la campaña electoral con más de lo mismo: elogio a los honrados campos de alcachofas, dominó con los lugareños a los que nunca les falta la boina, besos a niños que lloran al contacto con el ósculo del candidato. Y Hormiguero, mucho Hormiguero. Y estrategias cortoplacistas por doquier: hay que atacar a Fulano para conseguir un rechazo, o un beneplácito, de Mengano, a base de sacar a pasear a Zutano (bueno, en este caso a Zapatero)... Campaña más átona, con menos ‘grandeur’, imposible. Con menos pasión por transmitir al ciudadano mensajes válidos, igualmente imposible. Más tramposa, algo inalcanzable.
Tengo, creo, una ligera idea de lo que van a decir algunas de las varias encuestas que vamos a conocer en las próximas horas. No espere usted grandes cambios, me parece, escaño arriba, escaño abajo. Comprendo la pasión por saber si Podemos superará en votos y escaños al PSOE, por las consecuencias fratricidas que ello tendría en esta última formación. Lo mismo que entiendo la expectación en torno a la supervivencia de un Mariano Rajoy empeñado (y tiene razón, aunque la cosa bien podría matizarse) en que, siendo el número uno, como dicen las encuestas, a santo de qué le van a marcar el destino los números tres, o el cuatro, y menos el dos, sea quien acabe siendo quien alcance la medalla de plata en esta competición hacia el abismo.
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