Buscando a Mary en el Zapillo’s Beach

“Ser y vivir en El Zapillo durante la infancia hace que tus recuerdos de verano sean emocionantes”

Mar Verdejo
01:00 • 16 jul. 2016

Soy zapillera de nacimiento: esto es algo que nunca he ocultado. Ser y vivir en el Zapillo durante la infancia hace que tus recuerdos de verano sean emocionantes y no quieras desprenderte de ellos. La playa y el mar eran nuestro lugar de juegos, travesuras y primeros besos. En el Zapillo se aprende a interpretar los vientos y las olas, y a sumergirnos en ellas para sobrevivir. Con las gafas de bucear localizábamos erizos, morenas, estrellas y caballitos de mar, peces de mil colores, algas, etc. Incluso si eras valiente y mayor tenías localizado un pulpo entre las rocas o bajo las latas, metías un brazo con determinación y destreza y el pulpo se quedaba pegado a él y: ¡zas! a la cazuela. A este contacto con el mar tan intenso se le unían los juegos en la calle y las noches de cine de verano. 
Con el pasar de los años, y el Paseo Marítimo, nuestros hábitos han cambiado. Ya no es posible jugar con tanta seguridad en la calle; los cines de verano han desaparecido y los fondos marinos se perdieron, al ser dragados. La naturaleza en el mar, poco a poco, se va recuperando y se vuelven a ver bancos de posidonias, peces asustadizos e, incluso, los delfines que se acercan a curiosearnos. Y los humanos ya no miramos tanto debajo de las olas para calmar nuestra curiosidad. 
Observo los juegos de los niños en la playa para ir a buscar esos peces, que van habitando de nuevo su hogar, y ya no hacen tantos esfuerzos en hacer apnea y nadar. Llenan una botella de agua con un agujero y les meten pan para que los pobres peces, incautos y hambrientos, caigan dentro; o fabrican unas bolsas tétricas que flotan sobre el agua con el mismo fin. Cuando obtienen sus presas, los sacan a la arena de la playa, entre gritos e indiferencia, buscando más víctimas bajo el mar. Los peces agonizantes mueren asfixiados en la playa o en alguna casa, más tarde. Ni siquiera les sirven de alimento. Cae la tarde, las familias se van extenuadas de un día de playa zapillera, recogen y se van directos a la ducha. Y se hace un extraño silencio, roto por los caóticos movimientos de las palomas que buscan una oportunidad entre los restos de lo que parece un naufragio. Bolsas, restos de comida, botellas, colillas, latas, etc., pero esta cosecha es mortal para todos los seres vivos del planeta. Porque aunque el servicio de limpieza pasa y se lleva por delante parte de esta porquería generada en tan solo unas horas, parte de esta basura queda flotando a la deriva en el mar o acaba engullida como si no fuésemos responsables de lo que hemos hecho. Los plásticos acaban con la vida de la fauna marina y con nosotros mismos. El plástico, si no los mata, se encuentra en el material digestivo de toda la fauna marina. Y en ellos, el mar, nos lo devuelve en forma de microplásticos. Así que no solo con nuestros hábitos de consumo y civismo podemos poner nuestro granito de arena, decir que no a las bolsas de plástico y envases, reciclar, llevarte la basura a los contenedores de las zonas urbanas, etc. puede hacer que entre todos tengamos hermosas playas en las que convivir. 
Ojalá tuviéramos de nuevo un cine de verano y pudiéramos ver películas como la de “Buscando a Dory” y, que aprendamos el valor que tiene la vida en el mar, porque en él, probablemente, esté nuestro futuro como especie, que habita también en este inmenso y bello planeta. El juego de las bolsas con pan refleja la sociedad en la que estamos: destructiva e inconsciente de lo que hacemos y que tiene consecuencias para los que habitan en este hermoso Planeta azul. 
(He puesto de ejemplo la playa del Zapillo pero puede ser la playa de cualquier parte del mundo o cualquier cala del Cabo de Gata que luego hay que limpiar a fondo con generoso voluntariado.)


 







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