Claro que los Juegos Olímpicos de Río no son aquellos de Barcelona, engalanada con miles de banderas españolas y con Felipe de Borbón de abanderado del equipo nacional. Ni siquiera el entusiasmo de los brasileños es, obviamente, el mismo que el que los españoles mostraron por ´sus´ Juegos en la capital catalana, ni que el de los británicos en la última Olimpiada, cuando no había Brexit.
Ni las expectativas de medallas españolas son las mismas: las diecisiete de la última vez van a quedar lejos, aunque no falta quien piense que, en deportes minoritarios, este mismo fin de semana podrían subir cinco deportistas españoles al podio. Y no: el Rey Felipe, antiguo olímpico, no viaja a Río; él mismo sugiere que la situación política que vivimos no aconseja el desplazamiento. Así que como Rajoy anda ocupado en convencer a Rivera para que apoye su investidura, no tenemos, así, en plan de representación oficial, sino un ministro de Cultura y Deportes en funciones, y se ignora si estará en algún momento apoyando (bueno, visitando) a los deportistas cuyas hazañas, o no, llenarán los titulares de las próximas semanas, ahora que la política parece que retrocede algunos pasos en la actualidad.
Lo que quiero decir con todo esto es que la España en funciones se extiende también a unos Juegos Olímpicos que se celebran en un país en el que, dicho sea de paso, nunca debieron celebrarse (y, hombre, para situaciones políticas peculiares, la que allí viven, que en todas partes cuecen habas, pero allí, más). Claro que eso no consuela a la idea que tenemos de la ´marca España´, tan maltrecha, la pobre.
Porque a esa marca le conviene, sobre todo, la normalidad de que un jefe de Estado esté en la ceremonia inaugural de unos Juegos en los que, faltaría más, figurarán muchas personalidades interesantes. Y no digo yo que la presencia de las autoridades oficiales vaya a aumentar el previsiblemente no muy abultado medallero español (no soy especialista en deportes: claro que puedo equivocarme, pero no percibo ese entusiasmo de los viejos, buenos tiempos). Pero sí digo que eso, que la normalidad es una buena credencial para andar por el mundo económico, político, social y, claro, deportivo.
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