Tras haber escuchado las conferencias de prensa de Albert Rivera y Mariano Rajoy, horas antes de que firmasen su acuerdo de investidura este viernes, uno se queda con la esperanza de que, al fin, algo -algo- de luz se ve al final del larguísimo túnel que nos ha impuesto esta clase política nuestra. Rajoy, como todos esperábamos, aceptó las condiciones de Rivera, incluyendo esa dolorosa comisión de investigación de las corruptelas pasadas del PP. Este viernes, pues, se firmará el primer pacto anticorrupción verdaderamente eficaz que se haya dado en una España muy tocada en el pasado por corruptelas varias, aunque preciso sea reconocer que la situación actual no es la pretérita. Y, a partir de ahí...
A partir de ahí, Rajoy, que, como no le quedaba otro remedio, se comprometió formalmente a ir a una sesión de investidura, tendrá que ganar esa votación para lograr seguir en la presidencia del Gobierno. Debilitado, sin duda, pero, al fin, ocupando la misma mesa en la que lleva cinco años sentado, ahora en funciones. Dígamelo, si no, usted, amable lector, que quizá, como yo, esté deseando ver las cosas con el cristal más favorable.
Luego siguen siendo necesarios esos seis votos favorables -algo impensable, en estos momentos- o esas once abstenciones de diputados que ya sabemos que no podrían provenir, razonablemente, sino del Grupo Socialista. Teniendo en cuenta que el presidente de ese grupo, y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, sigue invariable en su postura de votar ‘no, no y no’ a cuanto signifique un cheque para que Rajoy siga gobernando, ¿cómo piensan Rivera y Rajoy evitar esas terceras elecciones? Solamente un cambio de posición del PSOE podría arreglarlo.
Uno, entonces, se aferra a sus viejas tesis: el PSOE tendrá que cambiar, a corto o medio plazo, sus posiciones. Se tendrá que aferrar a razonamientos como que lo importante es llegar a un pacto sbre esa comisión sobre la corrupción del PP, aceptada por este partido y exigida por Ciudadanos. O a que Rajoy, como máximo, le quedan, según los acuerdos suscritos con C’s, tres años de vida política. O a que esta Legislatura será reformista, pero corta, abriéndose nuevas posibilidades dentro de veinticuatro meses. No sé muy bien qué es lo que alegará el PSOE en el último minuto, ni lo que negociará Sánchez para garantizase una mínima supervivencia. Pero sí sé que algo ha de pasar: es impensable que los socialistas mantengan sus posturas, llevándonos a unas terceras elecciones, apenas porque tienen la sensación de que, en unos comicios, mejorarían sus actuales resultados. Pagarán muy caro este empecinamiento, pienso.
Tras todo lo que ha ocurrido estos días entre Ciudadanos y el PP, al PSOE ya solamente le queda una bala en la recámara. Esperemos, por el bien de todos, que no la utilice para suicidarse. Y suicidarnos.
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