Pocos símbolos animan a la simpatía como el Indalo. Pocos son tan reconocidos y pocos representan con tanta precisión a una provincia, Almería. Es habitual encontrarlo como amuleto de la fortuna en diseños de todo tipo, en vestimentas, incluso en películas o colgado del cuello de cualquier personaje más o menos famoso. Las especulaciones sobre su origen y su significado no hacen sino ensanchar su potencial mitológico y su impronta mágica. El dato que quizás no es tan conocido es que existen representaciones semejantes en diferentes épocas y civilizaciones que animan a imaginar realidades entrelazadas de culturas que pudieran idolatrar a un ser mítico común. Símbolos semejantes podemos encontrar en la cultura egipcia o en culturas precolombinas que han pasado más bien desapercibidos en los manuales de iconografía.
Una de las conclusiones más relevantes que se pueden extraer de los estudios de antropología es la semejanza en las costumbres y sistemas de organización de las distintas culturas. No somos tan diferentes en cuanto a la necesidad de proveernos de una estructura social en la que insertarnos y con la que funcionar. La jerarquización, el desarrollo de unas referencias normativas que regulen la sociedad o la presencia de mediadores con el más allá que aporten un sentido moral a nuestra conducta son características comunes en culturas muy alejadas en el espacio y en el tiempo. De la misma forma, algunas representaciones simbólicas parecen desarrollarse a partir de un lenguaje universal y con funciones parecidas. Personificar las fuerzas de la naturaleza, dotándolas de las mismas bondades y mezquindades que pueden adornar a cualquier individuo, evidencia un afán por moldear los acontecimientos para hacerlos reconocibles y comenzar a establecer un cierto control sobre nuestra realidad cotidiana. Este es un denominador común en el desarrollo social, aunque en algunos colectivos parezca ya lejano. Los grupos humanos en sociedades tribales nos pueden parecer irracionales, con conductas contrarias a lo que dicta la ciencia y el conocimiento acumulativo, pero cuando esta misma ciencia, aún en ciernes, no podía dar cuenta de los temores a lo desconocido y a lo imprevisible, a los fenómenos meteorológicos, los ciclos biológicos o las catástrofes naturales, cuando los sucesos precisaban una explicación inmediata, ahí estaba: el mito. Las propiedades mágicas atribuidas a objetos y sonidos venían a paliar esa necesidad de racionalización en civilizaciones primitivas, más preocupadas por la eficacia de las fórmulas mágicas y la mediación con los dioses que por el análisis de las causas que desencadenaban los acontecimientos. Resulta singular que algunas culturas, geográficamente muy alejadas entre sí y sin posibilidad de intercambio de conocimientos, hayan desarrollado pautas simbólicas semejantes, instrumentos de comunicación parecidos o, incluso, estructuras sociales mutuamente reconocibles. Quizás parte del valor del indalo y el interés que despierta su estética, sencilla y directa, radique en su carácter abierto, en la variedad de interpretaciones y significados que se le pueden atribuir y que invitan al misterio. Para nosotros, los almerienses, tiene un valor añadido, no es solo una representación ancestral o un amuleto protector. Es la imagen común en la que nos reconocemos, un símbolo de valores compartido y una historia aún por escribir.
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