LLos sondeos dominicales coincidían: más del setenta por ciento de los españoles no quiere unas terceras elecciones. Luego está la letra pequeña: a quién se culpa más de una eventual repetición de los comicios en diciembre, qué políticos se dejan más plumas que otros en este proceso, que por cierto recibe los calificativos más duros por parte de los encuestados* Bien, el valor de los sondeos es el que es: quizá no siempre dan plenamente en la diana, pero marcan una tendencia. Y convendrá usted conmigo en que lo lógico es que las tres cuartas partes de los españoles rechacen volver a las urnas, y que al menos un cuarenta por ciento -y poco me parece_ asegura que no piensa acudir a votar.
Solamente estos datos, y la percepción de que lo que están haciendo algunos líderes de la oposición solo serviría para aumentar algo la votación para el PP de Rajoy, aunque siempre sería insuficiente y nos abocaría, con la actual legislación, a unas cuartas elecciones, deberían bastar para asegurar que no habrá esas elecciones. Ni el 25 de diciembre -locura total-, ni el 18, una vez que se realicen los encajes de bolillos en la LOREG -ley electoral_ para, forzando mucho las cosas, acortar en una semana el proceso preelectoral. Perjudicando, por cierto, los derechos de más de dos millones de españoles que viven en el extranjero y desde allí votan. Pero eso, claro, es ya casi lo de menos: la verdad es que perjudicados, lo que se dice perjudicados, saldríamos los cuarenta y cuatro millones de españoles, seamos o no votantes.
Todo ello me convence de que, en este once de septiembre en el que escribo, con los manifestantes de la Diada lanzados en sus varias versiones de convicción independentista a las calles de Barcelona -como los sondeos, tampoco la Diada da en la diana--, se inauguran cuatro semanas que van a ser, perdón por el tópico, de infarto político.
Lo primero que ocurrirá será que Núñez Feijoo e Iñigo Urkullu revalidarán bastante previsiblemente, su mandato en las urnas el 25 de este mes. Y que tanto los socialistas como las distintas versiones de Podemos -Ciudadanos cuenta poco en ambas autonomías históricas_ sufrirán un cierto revolcón.
Lo cual abrirá nuevos debates internos en ambas formaciones. Pero sobre todo en un PSOE que siente el dedo acusador -dicen las encuestas, oiga, no mate usted al mensajero_ de una opinión pública que, dividida pero mayoritariamente, responsabiliza al partido de Pedro Sánchez de esas eventuales y ya digo que confío que improbables terceras elecciones. Improbables porque algo va sin duda a suceder en el PSOE tras la previsible catástrofe -se han puesto todos los ingredientes para lograrlo_ en Euskadi y Galicia. Los del 'viejo testamento' incrementarán sus críticas: ¿se imagina usted a Felipe González haciendo campaña a favor de un Pedro Sánchez cuya retirada, junto con la de Rajoy, ha pedido en público si el PSOE no cambia su 'no' a la investidura por una abstención, obligando a las terceras elecciones? Pues amplíe eso a ciertos 'barones' que ya no disimulan su descontento: había, por ejemplo, que ver el rostro del presidente asturiano, Javier Fernández, cuando un ugetista local alababa sin freno la estrategia de Sánchez, allí presente. Y para qué hablar de Fernández Vara, de García-Page* O de Susana Díaz, que dicen que afila cuchillos, pero muy callada.
Así que el comité federal que habrá de convocarse tras un 25-s que será triste para el PSOE -futuro aliado del PNV para que Urkullu llegue a Ajuria Enea_ no va a ser lo que habitualmente: una cámara de aplausos en la que no se vota ni se debate verdaderamente, más allá de los fragmentos algo críticos de Madina y compañía, que nos filtran a los medios informativos para cabreo de la Ejecutiva.
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