“ Señores padres, en las plazas no se juega”. Ha sentenciado el alcalde de Albox en un mensaje en su Facebook, confiscando además un balón a unos niños que jugaban en una plaza. Como un trofeo lo muestra en una fotografía sobre una mesa de la Policía Local, como advertencia al resto de niños y niñas que osen jugar en su municipio. ¿Qué será lo siguiente? ¿Requisar a la infancia que juega al pilla pilla? La imagen suena a risa y, me imagino al señor alcalde con la pelota, como a Gollum con el anillo en el Señor de los Anillos, diciendo: “Mi tesoro”. Requisar, prohibir, etc. es el camino fácil en la gestión, porque hay un gasto menor de glucosa en el cerebro y se hace a base de: ¡Aquí mando yo y, no hay nada más que decir! Hacer un modelo de ciudad para los diferentes usos de la ciudadanía es ya otro cantar porque requiere pensar, diseñar, participar, consensuar y convivir: esto es hacer política con mayúsculas.
La chiquillería ya no juega en las calles porque no son seguras; y tenemos que volver a recuperarla para la ciudadanía y, en el caso de los más pequeños, para que puedan jugar, interactuar, comprenderla, aprender, moverse, orientarse…etc. Cuando éramos niños y niñas “bajar a la calle” a jugar era un premio tras hacer correctamente la tarea y engullir la merienda. Los espacios estaban compartidos con las personas mayores y las más pequeñas de la casa. Los unos cuidábamos de los otros, respetando los pequeños espacios improvisados que existían. La calle era más segura, había identidad de barrio, incluso de calle. No se imponía ni la ley del balonazo, ni la ley del aquí mando yo. No teníamos Pokemon Go a los que perseguir por la ciudad pero nos perseguíamos en carreras extenuantes. Hay alternativas a estar en casa con la pantalla pegada en los ojos. Se puede patinar, montar en bici, cultivar comida, deslizarse por toboganes, descubrir plantas y bichos…
Las ciudades son plurales, complejas y llenas de matices: hay que conocerlas, identificar cómo es el movimiento de sus habitantes (dónde paran, dónde descansan, etc), qué interacciones hay en la calle. Con los datos recopilados podemos comprender las necesidades que tiene la población. Jan Gehl y Birgitte Svarre en su libro “How to Study Public Life” muestran algunos métodos que utilizan para identificar los espacios urbanos de cara a los transeúntes. Por ejemplo, si en un parque hay alta presencia de mujeres, indica que es un lugar seguro. La velocidad por la que se pasa andando por un determinado espacio indica la calidad del mismo, etc. Las ciudades son para vivirlas, habitarlas y hacerlas más amables. Los espacios públicos tienen que estar protegidos contra tráfico y accidentes, contra el crimen y la violencia con una adecuada iluminación nocturna, estructura social e identidad. Espacios libres de ruido, humo, malos olores y suciedad. Espacios para caminar, para sentarse. Sin obstáculos visuales. Donde poder hablar y escuchar. Espacios destinados a diferentes edades para jugar y relajarse. Dotados de papeleras, señales, fuentes, etc. Lugares donde disfrutar del sol y protegerse de él y, en el que la vegetación y los animales nos generen experiencias positivas en las ciudades y núcleos urbanos en los que habitamos.
El hacer ciudad es un arte y no es fácil. Las ciudades que heredamos suelen estar desorganizadas, desmanteladas por las diferentes intervenciones; y generalmente acabamos simplificando las soluciones, que tienen que ser interdisciplinares, adecuadas y consensuadas para cada plaza, calle o solar. Las soluciones no vendrán sólo dadas por los técnicos, gestores y políticos sino que la ciudadanía, al completo, tendrá que dar su visión de estos espacios públicos. El saber no está demás. Hay más de treinta manuales para diseñar espacios urbanos, logrando que sean perdurables en el tiempo y tengan armonía. Mientras en el municipio albojense se los leen, llamo a la desobediencia infantil porque las calles son también para jugar, y ya está bien del prohibir. ¿Qué será lo próximo? ¿Prohibir la risa?.
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