Se sabe que en toda guerra la primera víctima es la verdad. La segunda, como consecuencia, la libertad de expresión. La tercera, virtudes sociales como el sentido común, la sensatez, la mesura. Así que debemos estar inmersos en una falsa guerra, donde las verdades son relativas, las acusaciones de impedir la libertad de expresión, constantes.
Claro que hay crispadores casi profesionales: que el líder de una formación que representa a cinco millones, cinco, de votantes insinúe que la algarada callejera, o impedir que alguien hable en la Universidad, o un motín de inmigrantes en un centro de internamiento, es lo más conveniente para que progrese la sociedad, no deja de ser una alteración de las reglas de convivencia democrática. Y de veras que siento decirlo, porque pienso que ese líder ha sido capaz, en muy poco tiempo, de construir una plataforma de canalización del muy legítimo descontento de los españoles con las viejas formas de ser sometidos a una política injusta, lejana. Equivocada, como mínimo, si es que no inicua. Supongo que la coyuntura de debilidad política en la que sus representantes han dejado al país favorece estos exabruptos. Que no digo yo, ojo, que no haya que cumplir las leyes y haya que primar a quienes las desafían: simplemente, me alineo con quienes creen que las leyes no están para empeorar las situaciones que, en teoría y en según qué circunstancias, tratan de remediar.
Y claro que me repelen actuaciones como las de esos energúmenos que impiden hablar a Felipe González en sede universitaria; como me preocupan que esos energúmenos llamen ‘fascista’ a quien, con aciertos y errores, condujo un período muy importante de la democracia. Creo, menos mal, que está pasando la hora de los crispadores. Uno de esos, que estuvo instalado en la negación, ya partió, creo que para nunca más volver a los pastos de la política. El otro, poco a poco, se va ‘monederizando’, y usted me entiende, a base de exabruptos. Y van, esos crispadores, siendo sustituidos por gentes con sentido de la tolerancia y con sed de diálogo; creo que incluso en esa Cataluña que se instaló en la irracionalidad de lo imposible (la independencia) está regresando, de la mano de los mismos que lo desterraron, el benefactor concepto del diálogo.
Claro que no me gustan los asaltantes de universidades. Ni los de mercados, ni los de los que tienen ideas diferentes. Pero tampoco me gustan los que toman todo esto como pretexto para no avanzar en lo que importa, que es un proyecto de concordia. Y, lamentablemente, es en eso en lo que estamos, hoy por hoy, víspera de tantos acontecimientos decisivos, distraídos. Hay que cambiar el chip, señores.
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