El golpe frustrado de Pedro Sanchez

La torpeza de Pedro Sánchez es tan grande que en ‘Salvados’ reconoció su estrategia oculta, su engaño a los dirigentes socialistas y sus verdad

Pedro Manuel de La Cruz
23:47 • 12 nov. 2016

Cuando en la noche del 1 de octubre me senté frente al ordenador sentí el vértigo excitante del periodismo de urgencia. Pedro Sánchez acababa de dimitir hacía apenas unos minutos y el estruendo del bochorno socialista no aconsejaba lanzarse a una reflexión tan apresurada. El ruido no es buen compañero del análisis político, pero, para un director de periodico que escribe artículos de opinión cada domingo, analizar lo que acababa de suceder aquel sábado era casi una obligación con los lectores.
Con las prisas del cierre llamando a la puerta comencé una travesía llena de polvareda argumental en la que había que entrar como el guía que busca el camino en medio de la maleza.
Por eso cuando escribí aquella noche que Pedro Sánchez tenía un plan de ruta acordado con Podemos y los independentistas para alcanzar en la última semana de octubre un gobierno alternativo presidido por él, tuve la duda de si aquella afirmación, tan rotunda, se compadecía en todos sus extremos con la realidad de sus intenciones. 
Tras escribir aquel párrafo me di cuenta que había penetrado en una jungla endiablada sin más armas que la deducción que procura el escepticismo y sin otra brújula que una frase de cabecera que no he olvidado desde aquel día en que se la escuché a Marlon Brando en El Padrino: cuando quieras sabes cómo va a actuar alguien, ponte en su lugar.  Mirar la realidad desde los intereses del otro es la mejor posición para entender sus decisiones.
Durante aquella jornada y en los días posteriores, el periodismo madrileño (y el catalán, aunque este por motivos distintos) sostuvieron que lo ocurrido aquel día en Ferraz había que calificarlo de Golpe de Estado contra Sánchez. Nunca estuve de acuerdo con esa afirmación. Al contrario: lo que abortó el sesenta por ciento de los miembros del comité federal fue el intento de Sánchez y de quienes le acompañaban en la partida de convertir el PSOE en un partido cesarista al que los idus de mayo hubieran llevado al pudridero. 
Si Sánchez- como pretendía y el comité le rechazó, forzando así su dimisión- hubiese sacado adelante su propuesta de primarias y congreso, hoy podría ser presidente, pero el condicional, tan imprescindible en esa hipótesis- nadie puede asegurar que Podemos o los independentistas no lo hubieran dejado sólo en el último minuto-, no tendría validez en su aspiración al liderazgo en el partido. Con su estrategia, el ex secretario socialista jugaba, con la misma carta, dos partidas distintas: la de la presidencia del gobierno y la del liderazgo del PSOE.
Quiso asegurar tanto la victoria que algunos de sus compañeros de mesa acabaron viéndolo como un trilero.
Dice la ley no escrita del trile que la bola debe parecer que está donde no está. Sánchez fue tan torpe que, en vez de esconder la bola, acabó escondiendo los cubiletes.
Porque si Sánchez no hubiese querido asegurarse el triunfo en cualquier circunstancia y en las dos mesas del juego- el gobierno y el partido- no habría propuesto las primarias y el congreso de urgencia. Hubiese llegado al comité federal sin oposición organizada y su petición de intentar un gobierno alternativo hubiera salido adelante, ¿Por qué no lo hizo? Porque no se fiaba de Iglesias y Puigdemont; pensó que el pacto perfilado durante el verano podría acabar naufragando y, si eso sucedía, su segundo intento fallido por llegar a la Moncloa le abocaría a una supervivencia imposible en la secretaria general tras un congreso convocado después del fracaso histórico (otro más) en unas terceras elecciones. 
Una supervivencia que sí se garantizaba con la elección de los militantes en esas primarias sin contrincante y a lo loco a celebrar el 23 de octubre y con un congreso convocado para una semana antes de la cita electoral de diciembre. La derrota en esas terceras elecciones sería tan dramática que sólo quedarían en pie él mismo y las escasas decenas de diputados que le acompañaran en el nuevo parlamento.
Así lo escribí aquella noche de octubre en la que la mayoría del comité federal se dio cuenta del trile.
Lo que no esperaba es que, a las pocas semanas, fuese el propio Sánchez el que, en el programa de Evole, facilitara el trabajo de sus críticos enterrándose él mismo en su propia tumba. 
Si el san Pedro Bíblico negó por tres veces a Jesús a las pocas horas de su prendimiento en el Huerto de los Olivos, el san Pedro laico del PSOE también renegó por tres veces, cuatro semanas después de su caída de la secretaria general, de lo que había proclamado durante los dos últimos años. 
Con su entrevista en “Salvados” Sánchez se situó en una posición insalvable: admitió contactos con los independentistas para alcanzar un gobierno alternativo, consideró a Cataluña una nación y mostró por Podemos una simpatía que le situó -mendicante-, en su puerta de entrada. El acuerdo con los independentistas había dejado de ser una línea roja acordada por unanimidad en los comités federales de diciembre y julio; los catalanes podrían votar en un referéndum pactado (¿Con quién, con él en la presidencia del Gobierno) y Pablo Iglesias ya no era aquel político populista obsesionado por destrozar al PSOE, sino un hombre de estado con el que había que hablar de tú a tú.
Si Pablo de Tarso descubrió la luz al caerse del caballo camino de Damasco, Pedro Sánchez, al caerse de la secretaría general, descubrió su estrategia ante Evole. Al contrario de lo que sostuvieron durante semanas los integrantes de la cofradía de la tertulia cercanos a Podemos, quien pretendió dar un golpe de mano fue el dimitido secretario general ocultando su estrategia al comité Federal. 
La rebelión de los críticos lo abortó y, en medio del esperpento, de lo que ya nadie duda es de la certeza de Borrell al señalar que la operación había sido diseñada por un cabo chusquero.
 El error del exquisito y relamido ex ministro- 300.000 euros al año por pertenecer al consejo de administración del desastre de Abengoa; lecciones de ética y puertas giratorias a él- ,es que acertaba en el argumento, pero se equivocaba de protagonista: el chusquero era Sánchez que, en su torpeza de aprendiz, quiso jugar dos partidas a la vez y ha acabado enseñando todas sus cartas. Su comportamiento político ha sido tan de preadolescente que ya ni sus deudos más cercanos le lloran. 
Desde que se confesó en el “Salvados” ante Jordi Evole los únicos que han tenido una lágrima de compasión solidaria con él han sido algún tertuliano que ya se veía de asesor de Moncloa y Antonio Hernando. Quién se lo iba decir. 


 







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