Las historias de los pueblos las escriben los historiadores así que lo que acabe diciendo la Historia de Cuba al respecto de Fidel Castro dependerá de la honradez intelectual de quienes cuenten lo que han sido los cincuenta años de poder absoluto del dictador que acaba de morir. Pero es a los cubanos, dos generaciones, a quienes correspondería contestar a la pregunta de sí tenía razón Fidel cuando en el transcurso del juicio al que fue sometido por el asalto al Cuartel de Moncada (año 1953) proclamó en frase lapidaria que la Historia le absolvería. ¿Qué opinan los cubanos de nuestros días del largo reinado político de Fidel en la isla? Esa es la pregunta. No podemos saberlo porque Castro ha muerto pero en Cuba sigue vigente el castrismo y Raúl, el hermano que heredó el poder, sigue teniendo en un puño las libertades de los cubanos. Conocemos, eso sí, el juicio de los cubanos -más de un millón- que se vieron forzados al exilio. Juicio negativo. Condena sin paliativos del régimen, la dictadura que gobierna la isla desde el 1 de enero de 1959. Fidel llegó al poder envuelto en el aura romántica del joven revolucionario que en unión de sus compañeros -"los barbudos"- bajó de Sierra Maestra para tumbar la dictadura de Fulgencio Batista, un chusquero que se hizo con la presidencia de la República mediante un golpe de Estado que contó con el apoyo de Washington.
Fidel representaba el sueño de libertad de los cubanos y de paso un ejemplo para la esperanza de emancipación de otros pueblos de América. El sueño duró poco y acabó siendo una pesadilla. Fidel no era comunista cuando se echó al monte, pero acabó siéndolo y aceptando un papel importante en los planes geoestratégicos de la Unión Soviética. Desde Angola a Etiopía pasado por Guinea Bisáu, tropas cubanas participaron en las guerras anticolonialistas surgidas en África en la segunda mitad del siglo XX. El bloqueo al que los EE.UU. sometieron a Cuba sirvió a Fidel la gran coartada para justificar ante su pueblo todas las penurias. Quienes hemos viajado a Cuba hemos sido testigos de la pobreza y la falta de libertad que padecían los cubanos. No hace falta esperar a leer lo que dirán los historiadores. Lo decente es que cuanto antes, en libertad y con democracia, puedan decirlo los propios cubanos. Todo lo demás, todo lo que sea justificar la falta de democracia en Cuba, será el discurso de los cínicos.
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