En Europa soplan malos vientos para los partidos políticos que se reclaman socialdemócratas. Retroceden en los principales países de la UE y en algunos, caso de Grecia o Italia, van camino de la irrelevancia. El desapego de los ciudadanos nació tras constatar que así que llegaban al poder olvidaban la raíz igualitaria y solidaria del mensaje socialista clásico y aplicaban recetas económicas propias del neoliberalismo. Aceptaban, en suma, que es la economía la que dicta la política a seguir y no al revés. Fue Tony Blair y su hoy olvidada Tercera Vía quien inició la senda que luego siguieron otros.
En España, Rodríguez Zapatero. En cierta manera la crisis que ha convertido al PSOE en una sombra de lo que fue en tiempos de Felipe González encuentra una explicación en esa mistificación de su ideología. Muchos votantes que se reclaman de izquierdas ya no ven al Partido Socialista como una organización capaz de defender a los más desfavorecidos. Por eso les han dado la espalda en las tres últimas elecciones votando a Podemos o quedándose en la abstención. En estos días en los que la efeméride de la Constitución invita al recuerdo de lo que fue la Transición nadie duda de la contribución del PSOE al asentamiento de la democracia y a la modernización de nuestro país, pero el día a día exige algo más que recuerdos. Y lo cierto es que aquel PSOE se fue desdibujando por el camino. Los errores de Rodríguez Zapatero no explican tanta y tan apresurada decadencia. La razón de su actual estado de postración tiene mucho que ver con la ausencia de un discurso político coherente con los ideales de la izquierda. Un discurso capaz de ofrecer soluciones a los problemas reales de la gente. Empezando por los de los más de tres millones y medio de parados. Un discurso propio frente a la globalización y las imposiciones de Bruselas. Nada de eso se escucha en boca de quienes estos días andan perdidos en el laberinto de sus problemas de organización. No disponen de todo el tiempo pero observado cómo lo pierden en sus polémicas internas se llega a la conclusión de que no ven lo que ya está pasando: que Podemos está quedándose con el santo y seña de la izquierda española.
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