¡Feliz Navidad!

¿Por qué deseamos “felicidades” en vez de “felicidad”. ¿Es Navidad o compulsividad/consumidad, y empieza ya en octubre? Sueñ

Fausto Romero-Miura Giménez
01:00 • 18 dic. 2016

Como este artículo se publica los domingos y en los dos próximos -la tradición manda- no se editará prensa escrita, no volveremos a tener este diálogo de papel ¡hasta el año que viene! Perderemos el contacto en los días más intensos del año: Nochebuena y Navidad, Nochevieja e inicio de año, y Reyes Magos. ¡Cuántas fiestas, de distinto pero intenso significado, en tan pocos días!
Así las cosas, lo primero que quiero hacer es felicitarle, de corazón, la Navidad. ¡Hecho! Y hecho, me asaltan varias dudas.
La primera, por que deseamos “felicidades” en vez de “felicidad”. ¿Es que hay felicidades distintas de la Felicidad? Sin duda, la felicidad es un estar y no un ser. Pero me gustaría que fuese, justo, al revés: que existiese, sólo, la Felicidad. Absoluta e incondicionada. 
Si la Navidad es nacimiento, ¿por qué no ha de ser Navidad cada uno de los días de nuestra vida? Si hasta los más feroces asesinos políticos decretan una tregua en estos días (la veremos en mi soñada y trágica Alepo) ¿por qué no nos sentimos, en ese nacimiento de cada día, más fraternales, más humanos, más justos; por qué no tomamos, cada día, consciencia de la insolidaridad del mundo en que vivimos…? ¿Por qué el corazón tiene razones que la razón no entiende; y al revés; por qué, a veces, la vida se lleva a sí misma la contraria? ¡Feliz Navidad cada día del año! Y paz y amor. Sobre todo a los escaladores de la vida y a quienes no pueden, en estos días, volver a casa porque aquélla los ha despeñado por sus riscos, con el deseo de que no confundan la sensación de soledad con la de abandono afectivo.
La segunda duda, que no sé bien qué es la Navidad, hoy. 
Yo, la vivía en Berja con la plenitud de niño asilvestrado y feliz, cuando no había nacido aún Papá Noel, ese impostor. En pandilla no dejábamos una casa sin visitar cantando villancicos que ahora me sonrojan –el del Viejo Cachirulo y otros- y pidiendo el “aguilandillo”: “El aguilandillo, / si me lo has de dar, / que la noche es larga / y hay mucho que andar.”  Si nos lo daban –casi siempre-, cantábamos: “Esta casa es de madera / y las vigas son de oro / y a la gente que hay dentro / yo la quiero y yo la adoro”, y si nos lo negaban, “esta casa es de madera / y las vigas son de alambre / y la gente que está dentro / se está muriendo de hambre.”
Después, ya casados Anna María y yo, alternábamos las Navidades entre su Nápoles natal y Aguadulce, en casa de mis padres. Y nunca, ¡jamás!, he vivido el alma de la Navidad como en Nápoles, la patria del Belén. ¡Qué hermosos días, en el dédalo de los vícoli y en la calle de San Gregorio Armeno, donde están los mejores artistas de figuras de Belén del mundo! Y los zampognari, con las zambombas, subiendo a las casas vestidos de pastores… Por no hablar de la Nochevieja, en que desde los balcones se lanzaban a la calle los trastos inservibles y, de casa a casa, se abría fuego graneado de cohetes y petardos. 
Y la tercera duda: ¿qué es la Navidad hoy, sigue siendo Navidad? Sí, supongo que sí, que la de ahora también es Navidad. Tal vez, pues, no sea verdad el “todo fluye, nada permanece”  de Heráclito. Quizá cambie el cómo -la celebramos- y permanezca el qué: la Navidad.
¿O es más acertado –ahora, digo- hablar de compulsividad/consumidad, y de que empieza ya en octubre? ¡Si hasta el Tribunal Supremo ha establecido que entregar la cesta de Navidad es una obligación de las empresas… aunque estén en crisis!
Para mí, sin embargo, Navidad es el periodo que va desde la melancolía –la Nochebuena- hasta la ilusión –el día de Reyes- pasando por la zozobra: la noche del día 31, porque decía Machado que no está el futuro escrito, y lo que vaya a escribirse me produce inquietud, pues no depende enteramente –diría que casi nada- de mí, sino del destino: la vida es un azar. Y confío ilusionadísimamente en que, hacia la Noche de San Juan de 2017, la vida me dé el más maravilloso de los regalos que le quedada por hacerme. 
Cada cual, vivirá la Nochevieja a su manera. Yo, como cada año, después de las uvas, iré al mar, y no a pensar, sino a sentir. Y a beber un sorbo, salado y vivificante, de Mediterráneo. Y a soñar en la ilusión ¡tan soñada! que espero en 2017.
Y, claro, soñaré la Noche de Reyes, para mí, sagrada, y me preguntaré a qué volverán a jugar algunos alcaldes frikis, como Carmena y el de Valencia, sustituyendo a los Reyes Magos por Magas Republicanas: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
En mi carta a los Reyes, que es pura utopía, les pediré que España se reconvierta en un país normal, lógico, inteligente, cuerdo y socialmente justo
Y, a Vd., le deseo, lo mejor, de todo corazón.


Caritas, refugiados, inmigrantes


2016 ha sido un año atroz: el Mediterráneo convertido en caladero de cadáveres humanos de quienes soñaban con nuestra vida; y Europa maltratando como a bestias a quienes buscan refugio en nosotros huyendo de la muerte en sus países en guerra. El cristiano “era forastero y me acogísteis” y las republicanas fraternidad e igualdad fundamentan la solidaridad.
Y menos mal que la benemérita y ejemplar Cáritas, suple las carencias de quienes están obligados a hacer posible la igualdad. Colaboremos con ella.




La Plaza Vieja, eterna


La rehabilitación del Ayuntamiento y de la Plaza Vieja se acordó con la Junta de Sevilla el siglo pasado, en el año 2000. 
Ahora dicen que se ultimará en 2019.
El último acto que se celebró en el balcón del viejo edificio fue mi Pregón de Feria de 2004 y no se pudo poner un atril para los papeles por miedo a que se derrumbara.
Las operaciones de corazón son urgentes. La Plaza Vieja es el corazón de la ciudad. Y… ¡Que dependamos de Sevilla hasta para esa operación!
¿Junta algo esa Junta sevillana?




El libro de Antonio Zapata


La Diputación regala el libro “Guía de recetas almerienses para niños”,  escrito por Antonio Zapata. Yo le pedí a Antonio –somos como hermanos desde hace, digamos, sesenta años- que le regalara uno a Fausto, mi nieto, cocinilla desde que era enanito: yo, soy su pinche obediente. Siempre hemos hecho nuestros personalísimos -a veces, eso, sí, un poco extravagantes- menús. Estas vacaciones veremos si somos capaces de mejorar los de Antonio, pero, con certeza, seremos felices con el maravilloso libro feliz.




 



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