La sonrisa del año

José Luis Masegosa
22:57 • 08 ene. 2017

Por suerte o por todo lo contrario hoy es el primer día de  vuelta a la cotidianidad, a lo que muchos llamados normales llaman normalidad, tras un periodo más o menos corto , según quien lo cuente. Aún aterrizados en esta normalizada normalidad, penden en las últimas vivencias las secuelas de esa inacabada felicidad que hemos repartido con mucha alegría por doquier, a los más próximos y, como recogía en mi última cita de la pasada semana, a los conocidos y a los ignorados. Convendrán conmigo en que esa eclosión de tierna felicidad no es sino reflejo de un contaminado colectivo estado de ánimo que con el turrón llama a las puertas de nuestras vidas antes de que ardan las hogueras de Santa Lucía, puesto que cada vez nos dejamos llevar con más ímpetu por la premura en anunciar la Navidad que ya ha cerrado sus postigos. Sin embargo, tanta ensoñación no debe hacernos olvidar que la condición de los hombres sigue siendo tal cual y no debemos perder la visión real de lo que somos. Una visión que no puede ocultar los escenarios mundanos  de la crueldad, de sufrimientos, de dolor y de muerte; el escenario donde cuarenta mil personas mueren a diario a causa del hambre, los escenarios bélicos donde cada minuto caen acribillados los seres más vulnerables, los escenarios en los que más de trescientos mil niños y niñas luchan hoy en las guerras de todo el mundo. No es necesario volar allende nuestras fronteras para saber cómo se las gasta la realidad, incluida la más cercana, esa que convive a la puerta de nuestros barrios, a extramuros de nuestras ciudades, en donde la dignidad del ser humano se diluye por los riachuelos de miseria que corren por sus calles, aunque nuestros torpes ojos se vuelvan cegatos porque en ocasiones es preferible la ignorancia al conocimiento. Es probable que no seamos conscientes de que somos moscas en manos de niños que matan por diversión, o condenados a muerte que presencian el final de sus congéneres a la espera de que llegue nuestro turno. Ante tan crudo pero real entorno sorprende que haya conciudadanos que profesen un apego desmesurado a la vida, aunque en realidad vivan tan asustados y aterrados como los demás, como usted y como yo, a pesar de que hoy y mañana dibuje en su espejo la sonrisa complaciente del nuevo año e intente convencerse de que es un ser feliz capaz de contagiar su felicidad a cuantos le rodean. En el transcurso de una entrevista con el escritor Juan Madrid me comentó haber escuchado la frase de que “la vida es como la escalera de un gallinero: corta y llena de mierda”. Tal vez si reflexionamos sobre la misma la sonrisa del nuevo año sea diferente.







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