Estas navidades, en el tiempo que me concedían los artículos del periódico, he ido leyendo con no poca voracidad la gran novela de Roberto Bolaños. Se dice en la sobrecubierta que este gran libro está entre la narrativa detectivesca, la novela de carretera, el relato biográfico y la crónica. En cualquiera de los casos o quizá en todos ellos se despliega “el deslumbrante universo literario y personal” del autor chileno. A mí, más que nada, me ha llamado la atención especialmente por sus evidentes paralelismos con la cultura española en tiempos franquistas, cuando aquí no existía libertad de expresión ni tampoco de pensamiento. Pared maestra sustentadora de todo el edificio es el cachondeo crítico que se trae Bolaños con los presentantes del llamado “realismos visceral”, encarnado por dos jóvenes poetas latinoamericanos, Arturo Belano y Ulises Lima. La ficción algo desbordada recorre una larga serie de autores desconocidos, aunque no cuesta gran cosa adivinar los nombres reales e históricos que se esconden detrás. Tema siempre presente, la poesía mejicana, y a través de ella, todas las demás artes ensambladas con el acontecer histórico de México. Porque aquí está la almendra nuclear de la novela. Belano y Lima representarían la rebeldía rupturista contra la realidad establecida, aunque con una poética tradicional, casposa y conservadora no se puede decir que lleguen demasiado lejos. Bajo la forma de un dietario con mucha proximidad en los registros y lleno de toda clase de aventuras literarias y amorosas, el autor va contando todos y cada uno de sus percances con los realistas viscerales. Cuánto me he acordado estos días de los indalianos almerienses. También aquí existíó un grupo detectivesco fijador de la belleza canónica encarnada en la tradición en torno al Fetiche, el amor por Almería y su lanzamiento publicitario como nueva estética nacionalista. Solía acompañar al Pontífice en sus reuniones tertulianas y fiestas significativas un coro de repetidores, en general de poco calado científico. Eran los llamados críticos que se sentaban en el tribunal aprobatorio. Sobre ellos descansaba la responsabilidad de decretar quién era fetén indaliano o y quien provenía de fuentes nada claras. Al final el indalismo, salvo despertar algunas vocaciones para el arte, (analícese el papel formativo desempañado por Celia Viñas) lo que hizo fue colaborar con la dictadura- Pasan los años y los realistas viscerales se quedad solos. La juventud les da de lado. Menos mal.
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