Contrariamente a lo que muchos siguen pensando, economistas incluidos, el sector agroalimentario es uno de los más dinámicos de la economía global, y probablemente el más receptivo a la incorporación de nuevas tecnologías. El más abierto a la innovación, en el que participan y colaboran la mayoría de las ramas de conocimiento a la vanguardia de la ciencia del siglo XXI, como la biotecnología, la bioquímica y la genética.
Si pensamos en el mundo rural de hace treinta o cuarenta años y lo comparamos con la realidad actual de la cadena agroalimentaria, tomaremos conciencia de la intensa transformación que han protagonizado las dos últimas generaciones de empresarios y productores de nuestro campo, de la mano de la electrónica y las tecnologías de la información y la comunicación. Por su parte, las grandes multinacionales del sector destinan cada vez más dinero al I+D+i, hasta el punto que la inversión en tecnología agroalimentaria se ha triplicado entre 2004 y 2016, y proliferan las aceleradoras de empresas emergentes (las célebres ‘stars-up’) y los fondos de capital riesgo con dedicación exclusiva al sector.
Hasta hace bien poco, las decisiones se basaban sobre todo en la experiencia del agricultor y en el asesoramiento técnico de un especialista. Con el desarrollo de la agricultura inteligente o de precisión, la inteligencia artificial y el uso de algoritmos productivos se están introduciendo progresivamente en la rutina de los productores, y pronto llegará el momento en el que el cuadro de mando de cualquier explotación apenas se diferencie del de la industria más avanzada. A eso nos referimos cuando hablamos de ‘smart agro’, tratando de abarcar todos los elementos que participan en la transformación digital del negocio agroalimentario en cada uno de sus eslabones: producción, transformación, comercialización y distribución.
El ritmo de lo agroalimentario, que antes venía marcado por la climatología y el calendario, está gobernado ahora por el internet de las cosas y los metadatos, incorporando poco a poco herramientas muy alejadas de la tradición agraria para el análisis de datos y la toma de decisiones. Por citar solo unos cuantos: sistemas de navegación global por satélite e información geográfica; de predicción climática; de monitoreo de déficit hídrico; cuadernos de campo integrados en aplicaciones móviles; drones equipados con cámaras multiespectrales de teledetección; y un larguísimo y sofisticado etcétera.
En Cajamar llevamos más de 40 años volcados en la transferencia de conocimiento y tecnología al sector desde nuestros centros experimentales. Conscientes de por dónde se anuncia que vendrá el futuro de lo agroalimentario, la agricultura de precisión es una de nuestras principales líneas de trabajo y actualmente estamos inmersos en varios proyectos orientados a la generación de valor y la mejora de la eficiencia de nuestro campo, en los que colaboramos con centros tecnológicos, universidades y empresas de referencia. españolas y europeas.
Avanzamos hacia explotaciones más eficientes, más productivas y más rentables. En definitiva más sostenibles, si manejamos la triple dimensión de la sostenibilidad: económica, social y medioambiental, y como nos exige el futuro inmediato. Las últimas estimaciones de la FAO indican que para 2050, la población mundial ascenderá a 9.100 millones de habitantes. Para hacer frente con garantías a semejante escalada de la demanda, la agricultura deberá aumentar los rendimientos hasta un 70 % en algunas regiones del mundo. Un incremento que, paradójicamente, se deberá llevar a cabo consumiendo menos agua y menos fertilizantes y utilizando cada vez menos suelo fértil disponible. Todo ello obliga al sector a reinventarse con la incorporación de soluciones innovadoras y tecnológicas que incrementen con rapidez la productividad de unos recursos disponibles cada vez más escasos o más caros.
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