Lo dijo con el tono sosegado de quien ha visto pasar la vida ochenta años y tan poca agua bajo los puentes de la provincia que ha aprendido que la audacia empresarial se mide en inquietudes inteligentes, no en calendarios vividos: “Llevar un camión de hortalizas desde Almería hasta Suecia cuesta dos mil euros más que desde Italia”. La voz de Lorenzo Belmonte sentenció, con esta afirmación, la condena a que está sometida esta tierra mientras la alta velocidad para mercancías no llegue a la provincia. Su convencimiento es tan sólido que no se inmutó al asegurar que el transporte de esas mercancías supondría para ADIF más de doscientos millones de ingresos al año y que, si el Gobierno continuaba en su actitud de ignorar las inversiones ferroviarias que la provincia necesita, “hasta los empresarios podríamos estudiar financiar la construcción de los tramos que faltan”.
En otra persona el reto de Lorenzo Belmonte habría sonado a extravagancia. En él no. La construcción del trasvase del Negratín, liderado por el impulsor de Primaflor y acompañado en su financiación- casi cien millones de euros- por los empresarios agrícolas de la zona alejaba de su reto cualquier sombra de excentricidad.
Horas más tarde no pude evitar volver a recordar su afirmación cuando Simón Ruiz regresó a la redacción después de cubrir la concentración convocada por la de la Mesa del Tren para reivindicar la llegada del AVE a Almería. “Menos de mil personas” fue su respuesta a mi pregunta sobre la asistencia a la concentración que acababa de tener lugar en la Puerta de Purchena. Desolador.
Si por la mañana más de cien empresarios y representantes institucionales habían acudido, previa invitación personalizada- el aforo del local no daba para más-, a una jornada de reflexión convocada por este periódico en Pulpí sobre la necesidad de que los ciudadanos que viven a uno y otro lado de la frontera entre Almería y Murcia encuentren soluciones compartidas a los problemas comunes a que se enfrentan, por la noche y ante una convocatoria abierta y pretendidamente masiva, solo habían acudido algunos centenares más. Siempre pienso que no tenemos lo que nos merecemos, pero, a veces, caigo en la tentación de pensar que no hacemos nada para no merecer lo que tenemos.
El trabajo de los integrantes de la Mesa del Tren, como la de otras Mesas, es, decididamente, admirable. No hay nada más frustrante que predicar en un desierto en el que nadie se muestra dispuesto a oír. Ni los que tienen la obligación política de atender las demandas a las que dicen servir, ni los ciudadanos a los que tanto beneficiarían la satisfacción de esas demandas.
Y, sin embargo, con la llegada de la alta velocidad para pasajeros y mercancías nos estamos jugando el futuro. Almería cambiará -para bien y para siempre- el día que el primer AVE llegue a las estaciones de la provincia.
Hasta ahora hemos enfatizado el beneficio que la alta velocidad aportará a la economía provincial por el incremento de pasajeros que tendrán un rápido y fácil acceso a nuestros extraordinarios atractivos turísticos y medioambientales. Es verdad. Viajar desde Madrid a Almería dejará de ser un calvario para convertirse en un paseo de poco más de tres horas. Pero con ser esto importante, muy importante, mucho más lo es la posibilidad que se abre para que nuestros productos agrícolas lleguen antes, en mejores condiciones de calidad y a menor coste a los mercados europeos.
Javier Serrano, presidente de Port Rail Almanzora-Levante lo dejó claro en la jornada de Pulpí: Cada año salen de Almería 45.000 camiones con productos de la provincia; las previsiones de incremento del intercambio de mercancías a nivel mundial para los próximos años oscilarán entre un 20 y un 30 por ciento; las trabas medioambientales, impositivas y logísticas serán cada vez mayores para circular entre los países de la UE. Ante esta situación, habría que estar ciego para no darse cuenta que es en la alta velocidad donde Almería tiene su mejor fortaleza competitiva frente a otros mercados emergentes.
A Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia o Suecia hay que llegar antes, garantizando mayor calidad y gastando menos. Esto es lo que aporta la alta velocidad. Y si esto es así y está demostrado con números- Port Rail los tiene-, ¿qué nos impide movilizarnos para que la meta a la que queremos, debemos y tenemos que llegar deje de ser una quimera y se convierta en un punto a alcalzar cercano en el tiempo?
La respuesta a este interrogante está en el viento de indolencia que nos paraliza. La solución está en la tierra por la que debemos movilizarnos. Porque si miles de agricultores han sido capaces de convertir el mayor desierto de Europa en un bosque de casi cuarenta mil hectáreas que produce alimentos, qué nos obliga a ser sumisos, a acatar con resignación una discriminación que no solo nos humilla como ciudadanos (¿por qué otras provincias con menos habitantes y menos potencial económico si tienen ya el AVE y nosotros no?), sino que, a nivel económico, hipoteca el presente y condena el futuro.
La potencia formidable que Almería tiene en la actualidad en la industria alimentaria puede acabar perdiéndose por el desfiladero del conformismo. De que ese riesgo real se consume tendremos la culpa todos. Los primeros, aquellos que, teniendo una realidad tan evidente ante si, optaron por la comodidad irresponsable de no ver, no oír y no hablar.
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