Esta España mía, / esta España nuestra, cantaba Cecilia en años los 70. ¿Podría alguien, hoy, cantar lo mismo? Yo, al menos, no: no sé quiénes somos nosotros ni, tampoco, qué es España, desvertebrada en diecisiete Autonomías insolidarias.
Los constituyentes previeron un estado centralista, como venía siendo desde la época de los Reyes Católicos, y sólo dos autonomías –Cataluña y País Vasco, y, si se terciaba, Galicia- digamos, de primera, políticas, por la vía del artículo 151. El resto, serían meras regiones con competencias administrativas descentralizadas, conforme al artículo 143. Exclusivamente las primeras, según el artículo 152, tendrían Asamblea Legislativa, Consejo de Gobierno y Tribunal Superior de Justicia.
Aprobados los Estatutos de esas Comunidades privilegiadas, Andalucía no quiso ser menos, desencadenó la guerra de su autonomía plena y se lió la mundial: se abrió la puerta al “yo, quiero lo mismo”, que acabó en el célebre “café para todos”, al que, en principio, se opusieron UCD y PSOE, que trataron de “racionalizar las autonomías”. Felipe González dijo: “se necesitaría una veintena de años para desarrollar la España de las Autonomías, teniendo como referente el modelo italiano”. Y Alfonso Guerra fue más contundente: “El Gobierno, en una primera etapa, generalizó las autonomías, creó problemas artificiales con el fin de bajar el nivel de las pretensiones de vascos y catalanes. Este carnaval de las autonomías… se ha cerrado.”
En definitiva, la aprobación del Estatuto andaluz propició que todas las regiones tuviesen autonomía plena. España pasó de ser un Estado jacobino a uno cuasifederal.
Tal fue el caos que el 30 de julio de 1982 las Cortes aprobaron la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico, la célebre LOAPA, pero el Tribunal Constitucional declaró inconstitucional su núcleo esencial, con lo que la lotería de las competencias siguió su errático curso.
Y, a mi juicio, cada día más pagamos las consecuencias de esa España artificial: el Estado central es poco más que un cascarón hueco, vaciado de competencias, con consecuencias nefastas: la Educación, la Sanidad, la Justicia y la Fiscalidad, por ejemplo, son distintas en las diversas regiones –forzando los artículos 148 y 149 de la Constitución- y se violan los artículos 14 y 139: “todos los españoles tienen los mismos derechos y obligaciones en cualquier pate del territorio del Estado”
Y, así, por ejemplo, vemos que, en materia de Sanidad, no existe una única tarjeta sanitaria y la andaluza no es válida en las farmacias de fuera; en materia de Fiscalidad, los madrileños –y cada día más españoles- están exentos del impuesto de sucesiones y en Andalucía muchos herederos han de renunciar a la herencia porque no pueden pagarlo...
Pero lo más perturbador, a mi juicio, es la Educación: las asignaturas de Lengua española, Literatura, Historia y Geografía no se enseñan por igual en toda España, sino amoldadas al ámbito regional propio. El español, por ejemplo –cuyo conocimiento por todos es obligatorio, según la Constitución- es lengua residual en algunas autonomías.
Creo que hay que reorganizar la situación y –sé que es muy complicado- que el Estado debería recuperar las competencias plenas en esas materias, especialmente en Educación y Sanidad.
Es necesario enseñar en la escuela algo así como aquella “Educación para la ciudadanía”, sin el sesgo doctrinario que tuvo. Hay que explicarle a los jóvenes que a todo derecho se contrapone una obligación: si una persona tiene derecho a algo, a las demás corresponde la obligación de respetarlo y hacerlo posible. Por ejemplo, los derechos a la igualdad, a la presunción de inocencia... Sólo así podremos educar a ciudadanos constitucionales y no maliciosos. Y nadie tiene en cuenta que la Constitución habla “de los derechos y deberes fundamentales”. Se ha creado una sociedad, despersonalizada, de sólo derechos.
Y, lejos de encarar con inteligencia el problema de la Educación, hay orates como Pedro Sánchez que, al explicar su nuevo viaje a ninguna parte –“versión absolutamente roja y radicalizada”, ha dicho su compañero Javier Lambán- en el manifiesto “Por una nueva socialdemocracia”, propone respecto de la educación: “Debemos avanzar hacia una educación que cumpla los objetivos de comprensividad, compensación, inclusión, interculturalidad y atención a la diversidad, con un currículo avanzado y más flexible centrado en la adquisición de competencia clave a través de métodos de enseñanza más colaborativos y pedagogía personalizadas para una época de transición ecológica y digital”.
¡Áteme esa mosca por el rabo! Y el intérprete, ¿lo pone él?
¡Cosas de España…!
Fernando Soriano
Fernando Soriano -y Corona- son dos mitos del fútbol almeriense, ejemplo de entrega a unos colores y de amor a la ciudad. En la maduras y en las duras: el año pasado no dudó en abandonar su pasión de jugador para, como entrenador, hacer el milagro de la salvación el equipo.
Esta temporada han pintado bastos. La afición pitó con saña al equipo y a Fernando. Lo han cesado. En mi corazón siempre tendrá un hueco de honor: amor con amor se paga. Creo que el Ayuntamiento debería concederle el escudo de Almería de oro.
Una mujer admirable
María Moliner que, hace 50 años, escribió el monumental “Diccionario de uso del español” –de los regalos que más he agradecido en mi vida- muy superior al de la Real Academia de la Lengua, que no la admitió como académica.
María Moliner era licenciada en Historia y represaliada por el franquismo, y ella sola –físicamente y a base de miles de fichas manuscritas- tardó 15 años en redactar el monumento del español hablado en la calle, escrito en los periódicos, el español usual.
La acaricio todos los días.
El autobús maléfico
Un Estado de Derecho exige respetar la libertad. Nadie puede valerse de ella para cercenar la de los otros. Y, menos aún, para sembrar doctrina maliciosa en las mentes vírgenes de los niños. Lo ha hecho esta semana la retrógrada “Hazte Oir”, con su maléfico autobús contra los transexuales. Las ideas, no delinquen; su manifestación ultrajante, es intolerable.
El principio básico de las relaciones humanas es respetar la diversidad, el cá uno es cá uno. La libertad propia acaba donde empiezan la ajena y la Ley.
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