Las elecciones las ganan los electores, no basta con los militantes. Este sencillo axioma explica sin necesidad de más aclaración lo que está en juego en el proceso de primarias que tiene planteado el PSOE.
Es difícil medir la fuerza real de Pedro Sánchez porque los sondeos que hemos conocido están demasiado condicionados por la orientación política de los medios que los han publicado, pero aún así, apuntan una tendencia que, de confirmarse, establecería que el pugilato por la secretaría al final sería cosa de dos. No de tres. Aunque serán tres los candidatos a la secretaría general, a pocos días de la presentación oficial de Susana Díaz, como digo, se perfilan solo dos opciones. La que lidera la presidenta andaluza y la que encarna Pedro Sánchez.
Al final, Patxi López que es hombre de consenso podría jugar un papel determinante apoyando a la presidenta andaluza que se presentaría ante los militantes como la opción decidida a preservar el legado socialdemócrata del PSOE, una opción contraria al izquierdismo radical proclive a pactar con Podemos que reivindica ahora Pedro Sánchez.
Sánchez nunca fue tan de izquierdas como ahora se presenta. Está en las posiciones que dice estar, rebotado, creo yo, por las circunstancias dramáticas en las que fue forzado a dimitir. Tiene posibilidades de allegar el voto de los militantes jóvenes del partido y de otros cuya ideología en esencia se resume en estar en contra del PP, pero sumados no parece probable que alcancen la mayoría necesaria para devolverle a la secretaría general. La clave de este proceso pasa por una acuerdo de última hora entre Susana Díaz y Patxi López que colocaría al partido en situación de volver a ser reconocido por el grueso de sus electores tradicionales. Los que les abandonaron porque en plena crisis se sintieron traicionados por Rodríguez Zapatero en su segundo mandato y los que después le dieron la espalda a Pérez Rubalcaba (110 escaños) y más tarde, en dos ocasiones, al propio Pedro Sánchez. De 90 escaños en diciembre del 2015 pasó a 85 en junio del 2016. Recuperar a sus electores tradicionales es la clave de fondo porque quienes hacen ganar o perder las elecciones no son los militantes, son los electores. Pese a ser cosa sencilla de ver, parece que no todo el mundo lo entiende así.
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