Hay personas que pasan por la vida de puntillas, sin dejar huellas en el camino, sin mojarse la ropa en el río, o las botas con el barro, quizás vivan con miedo a vivir. Otras que caminan en libertad y dejan una huella imborrable en las personas con las que habitan. Las palabras y las acciones cobran otra dimensión y traspasan hasta las cenizas en el tiempo.
Hay un poema escrito por Celia Viñas en diciembre de 1944 y publicado en 1946, en su primer libro de poemas “Trigo del corazón”, mostrándonos su gran calidad poética, su sentido profético, su amor a esta tierra y su profundo conocimiento del paisaje almeriense desde el primer momento de su llegada a nuestra ciudad. “Un árbol, sobre mis huesos. Nada más. No. Nada más. Silencio...Si hay un árbol, sabrán todos que debajo está mi cuerpo. Los pájaros y los niños y el mar que gime a lo lejos. Todo lo demás es olvido hasta el hombre que quiero. Gracias. Enterradme en aquel cerro, en aquel cerro, en aquel cerro desnudo, desnudo y seco, como yo orfandad de unos hijos que no espero. Ay, mi corazón, abuelo de tus bosques, ciudad mía. Si me muero –que me muero- no me llevéis al cementerio con los muertos, ¿Sabéis? Odio las manos cansadas de los sepultureros. Que me entierren cuatro niños cantando un romance viejo. Sí, en aquel cerro, ¿lo veis tras mi ventana? Todos mis sueños, pájaros en vuelo sobre los pinos futuros y ciertos de tus bosque del mañana, mi Almería. Si mi muerte te da un árbol, muero ¿qué dulce la muerte mía sobre tus desnudos cerros!” En él, Celia va tejiendo, verso a verso, los lazos ancestrales que existen entre los árboles y las mujeres; anhelando convertirse en savia porque sabe que el árbol, en esta tierra exhausta, representa la grandeza de la Naturaleza y el porvenir de sus habitantes. El árbol es la vida que de ella se nutre y que en ella crece. Es el santuario que late vida, en el cual quiere habitar en la muerte y formar parte de su memoria fotosintética, y del mañana de esta ciudad yerma a la que ama. Ella, que es sabia, sabe que un futuro con árboles es un futuro más feliz para todos los seres que moran en la ciudad.
Y Celia Viñas dejó en su alumnado una huella, con su educación, en forma de árbol y poesía. En sus currículums dicen, ochenta años después: “Soy Manuel, cirujano jefe y alumno de Celia Viñas”. “Soy María, maestra y alumna de Celia Viñas”, y así todos en cualquier parte del mundo escriben poemas en forma de ramas, raíces y hojas, recordando sus clases al aire libre a la sombra de los árboles, bajo un retorcido pino o un naranjo en flor. Celia, la poeta, la maestra, la “madre”, la tierra, el amor, la paciencia, la ternura,… la mujer. Enraíza en los que la escuchan, en los que caminan junto a ella hasta la sombra de un árbol para aprender de ella, para dejar que germine en ellos la razón del ser y de la vida. Celia es como el árbol, el árbol de la vida.
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