Cada año empiezo de esta manera el artículo sobre la Semana Santa: “Empieza hoy la única semana del año que, oficialmente, tiene ocho días: del Domingo de Ramos al de Resurrección; sin duda, el primer milagro de la Semana ¿Santa?: que no sea semana sino octava, que los almerienses vivirán a su manera”
Pero me pregunto si, de verdad, esta Semana será Santa. ¿Mi problema? Que desconozco el concepto mismo de santidad.
Para la Iglesia católica es algo pretérito: después de morir, cuando el muerto ya no puede hacer nada, empiezan las oposiciones a Santo. La santidad requiere de la muerte como requisito sine qua non: si Vd. no se muere y deja de ser Vd., Vd. no será santo jamás, cuando la santidad se consigue con vida.
Yo, en cambio, creo en la santidad laica, civil: conozco -como Vd., también sin duda- a muchas personas santas: personas normales, coherentes, honestas, gente buena que, sin embargo, jamás alcanzarán oficialmente la calidad de santos. Hablo de mera justicia social, de reconocer a los ciudadanos buenos que lo son, no que lo han sido. Una especie de santidad civil, cívica, social.
Y sentada esa premisa de no saber qué es la santidad -¿el altruismo, la entrega de la propia alma?-, ¿será santa la semana que hoy empieza?
No soy semanasantero folklórico –lo que me parece absolutamente lícito: devoción y negoción no son incompatibles en absoluto- pero sí cristiano, es decir, seguidor del mensaje humano de Cristo. Y es que jamás olvido que “Cristo trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre”.
Lo dice la “Gaudium et Spes”.
Y, precisamente por su discurso como hombre, lo mataron, no por razones divinas, religiosas, sino sociales y políticas: por su proclamación de la rebeldía y de la justicia social contra el corrupto sistema sociopolítico de la época, la libertad, la solidaridad, la justicia, la tolerancia... Por su discurso de progreso, de humildad, de dignidad humana, de fraternidad y de liberación para su pueblo marginado: nosotros mismos... Cristo fue el primer antisistema, anticasta –hoy, tan de moda- de la Historia, y, con su ejemplo, cuando no había radios ni televisión ni periódicos ni marketing ni brokers ni managers ni teléfono ni fax ni facebook ni twitter ni instagram ni whatsapp ni red social alguna, organizó la más perdurable revolución de la historia, entre desiertos y casas de adobe y con un pueblo analfabeto y tan pobre que ni para celebrar una boda tuvo vino suficiente, y tan muerto de hambre que se vio obligado a multiplicar por miles panes y peces.
A Cristo lo crucificaron por propugnar lo que hoy llamaríamos derechos –según Benedetti, izquierdos- humanos, derechos civiles y sociales... y, también, los deberes civiles, laicos, tan olvidados hoy: “dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.”
Algo que han olvidado los corruptos que nos asolan, a los que echó del Templo a latigazos.
Por eso, me interesa mucho su programa que, como yo, suscribimos miles de millones de personas. Soy militante de ese programa y leal al líder que lo explicitó. Y procuro seguirlo. Y aprovecho esta semana para reflexionar en cómo vivo la vida y si soy fiel a lo que procuro acomodarla: en la vida se está para servir o no se sirve para estar. Y cuando esa manera de ser se interioriza, es nuestra conducta la que predica calladamente, la que contagia cristianismo. No se trata de dar consejos, sino ejemplo, de tener un efecto multiplicador, de ser instrumentos de impulsología, como decía Celia Viñas, de hacerse oír incluso por los sordos mentales. Algo así como una predicación callada, de hacer bueno a Neruda: “tal vez no viví en mí mismo; / tal vez viví la vida de los otros.”
La vida es una inmensa iglesia. ¿Qué es, si no, el humanismo, la fraternidad, el amar al prójimo? La vida no es dar, sino darse, entregarse; sentir el latido del alma. ¡Es tan fácil vivir en los valores que Cristo propugnó, universales y fáciles de seguir! Basta con convertirnos en venteros, a la manera machadiana: “el bueno es el que guarda, cual venta del camino, / para el sediento el agua, para el borracho el vino.”
En sustituir el egocentrismo por el altruismo.
En definitiva, lo que hago en estos días es acallar un poco el ruido de la vida y procesionar, a solas conmigo mismo, por las sendas interiores de mi alma.
Y pienso que en este mundo desquiciado, que ha arrumbado los valores, nos vendría bien un nuevo Cristo, un líder capaz de proclamar valores eternos –en esencia, los clásicos republicanos: igualdad, legalidad, fraternidad- e ilusión.
... Y la vida, sigue. Como una procesión.
Un ministro torero
La “De la Serna” es una dinastía histórica, a la que no sé si pertenece el Ministro de Fomento del Aislamiento, que nos ha toreado esta semana. Como sus antecesores. Y ha pegado la espantá ante la Mesa del Ferrocarril: no ha querido verla ni en pintura.
Sabe que en 2023 –ya, no lo veré- el AVE hará 5 viajes a Madrid y 3 a Barcelona, pero hasta 2019 no habrá ni un euro ni una traviesa en un trazado con vía única. ¿Lo del carro y los bueyes? Lo soportamos todo. ¡Es cojonudo, Manolín! ¡Obras son amores!
Las jóvenes del telefonino
El lunes vi varios telefoninos amigos en torno a una mesa que daban órdenes a unas veinteañeras mudas, cada una sola con ella misma y obediente al maléfico artefacto. Ni una palabra se cruzaron. Sólo, de vez en cuando, un teléfono hacía una foto al grupo y las zangolotinas se desovarizaban de risa. Al cabo del tiempo, pagaron y salieron en fila. ¡Las amigas eran las máquinas! Si Vermeer viviese hoy, no pintaría “La joven de la perla”, sino la del telefonino, que sirve para todo menos para hablar. ¡País!
La nueva bandera de Almería
La Diputación, a propuesta de “Acción por Almería”, ha cambiado la bandera de la provincia, ignoro muy bien en qué términos pues, aunque no conozco la redacción exacta de la moción presentada en 2014.
Con todo, me da la impresión de que lo más destacado del cambio es la sustitución del verde por el blanco, y la gran Cruz de Génova en rojo que domina todo su espacio, con el escudo de la provincia en el centro.
Convendría que las Diputación nos diera a conocer nuestra bandera de todos los almerienses.
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