Carme Chacón, la voz a ti debida

Su corazón, que `estaba al revés`, no ha sabido ponerse del derecho o de izquierdas, y se ha muerto. `He podido verlo todo y vivirlo todo.` `No soy naci

Fausto Romero-Miura Giménez
01:00 • 11 abr. 2017

Nos hicimos amigos, en 2005, porque se lo pedí y aceptó. A los 15, 20, 25 minutos como mucho de habernos conocido. Estábamos en su despacho de Vicepresidenta del Congreso ella, Dácil Marín, Jefa de Prensa de Presidencia; Pedro Manuel de la Cruz, Director de La Voz de Almería); su hermano Ramón, compañero de Baltasar, el padre de Carme, en el Instituto de Albox, y yo.
Habíamos quedado para una entrevista larguísima pero el rumbo viró, para bien, pues en vez de hablar de política empezamos a hacerlo de literatura: “Me gusta mucho escribir poesía, he escrito siempre... Lo único que me dejé publicar fue un soneto titulado “Libertad” en una revista libertaria, “Solidaridad Obrera”, cuando tenía trece años.” 
Le pedí que me regalase un ejemplar. Y me respondió con una risotada que jamás olvidaré, porque Carmen –puedes llamarme Carme o Carmen, como quieras- tenía una risa que coloreaba el aire, como debe ser la risa, un modelo de risa: fresca, cálida, espontánea, fuerte, franca. Y se negó, horrorizada: “¡Nunca, ninguno...! Creo que a quienes nos gusta escribir, intimista, hacerlo te devuelve a tí mismo, a no engañarte nunca a tí mismo”
Fue en ese momento cuando le dije: “Me estás fascinando. Se puede llegar a ser amigo en un proceso o por un acto de voluntad. ¿Podemos hacernos amigos?” Respondió: “¡Por supuesto!” y soltó la segunda gran risotada e intuí que aunque ella –treintañera reciente- era Vicepresidenta del Congreso, y yo sólo un anónimo ciudadano almeriense, no habría entre nosotros ninguna frontera: su patria espiritual, sensual, y la mía eran la misma: el Mediterráneo.
Y así nos hicimos amigos, y lo hemos sido hasta que el domingo de Ramos se murió de pronto. Y, con ella, también mi alma, mucho. 
Continuamos la amistad a base de cartas manuscritas -a pluma, con tinta azul y letra grande- con las que, a veces, me enviaba poesías de autores catalanes, en catalán, pero jamás conseguí que me enviara “Libertad”.  Siempre le fue dando largas: “estoy de mudanza y tengo todo en cajas”, “un día que vengas la buscamos…” ¡¡Y se ha muerto!! Y su corazón, que, decía, “estaba al revés”,  no ha sabido ponerse del derecho –o de izquierdas- y ha deshabitado de vida a su cuerpo pero no a su espíritu: seguiremos siendo amigos pues mientras mi memoria no se vuelva también del revés recordaré -es difícil acordarse de olvidar- nuestras conversaciones y sus opiniones sobre temas delicados y candentes, porque no sólo hablamos de literatura sino de las cosas de la vida de que hablan los amigos: de su Olula y Terreros del alma, de su enraizamiento genético y vocacional, almeriense, de baloncesto, de su vida: “mi padre fue el rojo de una familia de derechas y mi madre procede del anarquismo catalán, pero tuve el “derecho a escoger”, porque me enviaron a un Colegio de Monjas… He podido verlo todo y vivirlo todo.” 
La política era su pasión, y le entendía una dimensión ética de su vida, como una patriota y con sentido de Estado: “yo no soy nacionalista, pero me siento perteneciente a la nación catalana y a la nación española de manera perfectamente compatible, porque para Cataluña su Estado es España. Yo me siento compatible: hija de padre andaluz y de madre catalana, sintiéndome miembro de la nación catalana y a su vez de la nación española.” 
Por ello, cuando dejó la política para ejercer la Abogacía jamás pensé que fuese una jubilación, sino un impasse. Formaba equipo con Susana Díaz, y siempre creí que le daría la razón a Shakespeare –el pasado es sólo un prólogo- y volvería, renacida, al activismo político. ¡Pero…! No conté con que los filósofos, a veces, aciertan: "poseer a la vez la gloria y la juventud es demasiado para un mortal", dijo Schopenhauer.
Arriesgó la vida para ser madre, y la vida le consintió la alegría plena de Miquel, su hijo, pero -se ha visto- la vida es avara: con un regalo, bastó.
Carme era consciente de que su corazón, que latía tan lento como intenso, podía pararse. Compartía mi tesis –soy más viejo- de que la vida no es cuestión de extensidad sino de intensidad, de que la vida es un tren de instantes y, cada uno, un copioso universo –lo decía Benedetti-, lo que le hacía sentir, constantemente, el alma vibrar en el cuerpo. “Estoy dispuesta a radicalizarme en lo que decía Pedro Salinas: ¡Todo con exceso! / ¡la luz, la vida, el mar” 
Tal vez por eso fuese apasionada, cálida, sensible y firmísima en la defensa de sus convicciones: la igualdad hombre/mujer; la necesidad de que los políticos sean realmente demócratas: sintonicen con los ciudadanos, los entiendan y representen; lo inaplazable de un pacto educativo; el máximo autogobierno para Cataluña dentro de la Constitución…
“Para mí, Almería–decía siempre- es paz, es mar, es sol y lo más bonito que tiene uno, que es la familia. Y escribir y leer y mis amigos de la infancia…”
Se confesaba admiradora apasionada de Pedro Salinas, en especial de “La Voz a tí debida”. Al releerla, cada vez, la veo retratada: “Tú vives siempre en tus actos. /  La vida es lo que tú tocas.”
Afortunadamente me ha dejado muchísimo más que la foto entrañable pasando revista a las tropas con Miquel, su hijo deseadísimo, aún en su barriga. Me da dejado llena mi vida.
Como amiga la querré siempre. Y a la política entregada, como ciudadano español le estaré siempre 


 







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