La Pascua es tiempo de esperanza. A pesar de que el mundo se está comportando, como ha dicho el Papa Francisco, con el otro, con los otros, mujeres, niños y migrantes, sangre inocente, de una manera desleal y vergonzosa. Pero tienen que ser tiempo de esperanza. Dejemos un pequeño lugar a que los dirigentes cambien de actitud. El presidente Trump y el líder de Corea del Norte caminan hacia el enfrentamiento directo que nos sacudiría a todos, tal vez de forma irreversible. Parece una pelea entre dos gallos a ver quién da un paso más en la peor y más estúpida dirección. Rusia y Estados Unidos juegan la otra batalla, en Siria y fuera de Siria, por la hegemonía perdida, mientras Europa asiste a su peor crisis porque las elecciones en Francia y el Brexit pueden romper el mayor espacio de paz desde hace más de setenta años. Y a pesar de todo no hay que perder la fe en el hombre, es decir, creer en lo que no se ve. En España, tras la Pascua hay que afrontar decididamente los pactos. En pocos días tendremos el debate de los Presupuestos. Finales de abril y sin Presupuestos para 2017...
Parece que el PP tiene amarrado el acuerdo, además de con Ciudadanos, con canarios y vascos, pero es tan frágil que se puede romper en cualquier momento. Con el PSOE no es posible ningún acuerdo hasta que ellos mismos decidan hacia dónde va a girar el partido. Y los acuerdos dependerán no sólo de quien gane sino de cómo gane. Una victoria clara de Pedro Sánchez abriría un período de alta inestabilidad, al menos hasta que se convocaran unas nuevas elecciones. Una victoria por la mínima de Susana Díaz traería más inestabilidad que acuerdos, una posible división del partido y unas casi seguras inmediatas elecciones que Rajoy trataría de convocar para su posible beneficio. Con un Gobierno a la espera de con quien hablar y pactar, con un Parlamento que no legisla porque no puede, lo sorprendente es que España funciona, la economía marcha, se crea empleo y somos casi el único país de Europa que presenta un balance positivo. ¿Se imaginan lo que hubiéramos podido hacer si los partidos constitucionalistas se hubieran puesto de acuerdo para emprender las reformas que este país necesita ya? Hemos perdido el tiempo, pero para Pentecostés puede que ya hayamos despejado algunas incógnitas.
Entre ellas, la catalana, el otro gran problema de España y de Europa. Todo indica que crece el desconcierto y el hartazgo entre los independentistas catalanes, en el propio Gobierno de la Generalitat, entre los socios que lo sostienen, en la ex Convergencia -lo poco que queda de ella- y también entre la ciudadanía, incluso la que ha sido engañada a lo largo de todo este proceso sin sentido. Sin ningún apoyo internacional, con el veto de Europa y de Estados Unidos, el problema es que los que embarcaron al pueblo catalán en una falsa aventura no saben cómo salir de ella sin esconder el rabo entre las piernas y marcharse a casa. También ahora hacen falta pactos y diálogo en Cataluña. Buscar una salida, cerrar un capítulo nefasto y ponerse a trabajar juntos para salir de la crisis, dar esperanzas de futuro a los ciudadanos, reformar el país y revitalizar la democracia.
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