Muchas mujeres nos hemos hecho esta valiente pregunta y pocas nos atrevemos a contestar sinceramente, pero Silvia Nanclares, licenciada en dramaturgia, lo hace de manera valiente en la novela autobiográfica “Quién quiere ser madre”, editada por Alfaguara, y en la que puedes verte reflejada en cada una de sus páginas. ¿Cuántas mujeres no se han visto en la siguiente encrucijada vital del ahora o nunca cuando estamos cerca de la cuarentena? ¿Por qué no se reflexiona abiertamente este tema y en cambio hay numerosa bibliografía sobre las mujeres que hemos decidido no ser madres? Es un tema, como muchos otros, que sólo afectan a las mujeres.
La edad fértil de las mujeres tiene fecha de caducidad, y en la novela Silvia nos va desgranando los diferentes frentes por los que atraviesa toda mujer que desea ser madre al borde de los cuarenta: la urgencia biológica que acecha sin piedad, la incertidumbre, mes a mes, del deseo frustrado de ser madre, la pesada sombra de la infertilidad, el sexo mecánico para obtener el ansiado objetivo, el desgaste de la pareja, la tensión y esa sensación de tiempo perdido, los miedos y la reproducción asistida. Las mujeres en este punto vivimos en la urgencia biológica a pesar de decirnos que podemos vivirlo todo, pero no es cierto. Vamos postergando la maternidad como si la Naturaleza no nos hubiese puesto límites y además no queremos ser madres en cualquier situación: se tienen que dar las adecuadas. Una pareja adecuada, unas condiciones laborales adecuadas, una vivienda adecuada, etc. La sociedad en la que vivimos hace que el peso caiga sobre las mujeres, tanto si deciden ser madres como no. No se ha tenido en cuenta en la educación en igualdad, y que además nos educan para producir, y la ausencia de políticas para la crianza se han convertido en un gran peso hacia el que inclinar la balanza frente al deseo de ser madre: a lo que hay que añadir que a ellos “no se les pasa el arroz”.
Un 25% de las mujeres nacidas desde la década de los setenta han (hemos) decidido no ser madres, a pesar de inculcarnos que existe un deseo que nos avoca a la maternidad, y nos planteamos si el deseo de ser madre es verdadero o inculcado por esta sociedad que nos dice, una y otra vez, que hay un binomio indestructible entre ser mujer y madre, haciéndonos sentir culpables si hemos decidido no ser madres. Si te sales de lo establecido eres sospechosa de tomar decisiones sobre nuestro propio cuerpo. La infertilidad no puede estar asociada al fracaso como mujer porque el cuerpo no funciona según lo establecido. En cambio no se habla que nuestro estilo de vida ha contribuido a la infertilidad con la contaminación ambiental que nos intoxica, la precariedad laboral que no nos hace atrevernos a tener una baja maternal para tener un hijo y que el Estado no facilita que las mujeres sean madres si quieren. Se pregunta la autora en el libro: ¿se puede ampliar la información sobre la fertilidad sin caer en el discurso provida? Nos obsesionamos con que porten nuestros genes y obviamos que hay otros caminos como la adopción y la acogida. ¿A quién le interesa que necesitemos este vínculo genético? Hay fuertes lobbys detrás de la industria reproductiva o la maternidad subrogada: últimos debates de esta sociedad capitalista y patriarcal que quiere mercantilizar nuestro cuerpo y en cambio no hay acceso libre, gratuito y seguro a la interrupción del embarazo.
“El fantasma de Yerma sigue entre nosotras” dice la autora en una entrevista y, como en la obra teatral de Federico García Lorca, actualmente también se habla a escondidas en la intimidad del hogar. Se transita la mayoría de las veces en soledad y con sentimiento de culpa. El estigma de la infertilidad sigue enraizado generación tras generación, y toca preguntarnos: ¿quién desea la maternidad de las mujeres? No se es menos mujer si no se es madre. La maternidad no es un derecho es tan solo un deseo: la maternidad es una opción. ¿Y la paternidad? ¿Existe el debate? No, a ellos no se les cuestiona.
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