Un buen amigo me ha hecho llegar la grabación del debate de la chica y el chico de moda en Francia, que pasado mañana reciben el dictamen de sus compatriotas que tanto les votan. No lo he visto completo, lo confieso, pero me ha dado tiempo de fijarme en la abrumadora cantidad de ocasiones en que Marie Le Pen interrumpe el parlamento de Emanuel Macron.
Yo creía que esto les pasaba con mayor intensidad a las chicas españolas, pero parece que también les sucede a las francesas. Y ahora viene lo políticamente incorrecto, que me valdrá el baldón de asqueroso machista: hay chicos que tampoco saben polemizar, y cometen la grosería de interrumpir al contrario, y la descortesía de comentar sus opiniones sin que las termine, y demuestran una falta de paciencia tan abundante como escasa elegancia para polemizar, pero es abrumador el porcentaje entre las chicas.
De la misma manera que los chicos somos incapaces de atender dos cosas a la vez, no digamos tres, a los mejor es que en la naturaleza femenina hay un impedimento que se manifiesta en las polémicas. Contemplas las continuas interrupciones de Marie Le Pen, esa falta de aguante para esperar a que concluya el oponente, y te parece que estás en una tertulia política televisada española.
A lo mejor estoy equivocado y no es una cuestión de género, y se trata de una casualidad unida a un machismo subconsciente que me ha hecho perder el juicio. Lo admito. Pero la experiencia que tengo como espectador, moderador y participante en debates, es que, si alguien interrumpe al que está en el uso de la palabra, existen cinco posibilidades contra una de que la interrupción sea de una mujer. A lo mejor es algo endocrino. A los chicos la próstata nos influye negativamente. Quién sabe si la progesterona está reñida con el arte de la polémica. Lo ignoro. Pero Marie Le Pen se comportó bajo el guión de esta observación que alguno/as calificarán de prejuicio.
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