Mi abuelo Juan José decía “el hecho consumado, que puede más que Dios”: cuando algo ha sucedido, es inamovible y hay que aceptarlo: Pedro Sánchez es Secretario General del PSOE, elegido por quienes tenían el derecho exclusivo para hacerlo: el 39’6% de los afiliados del Partido.
No era mi candidato, por su arrogancia prepotente y su veleidosa, mutante y coyuntural ideología y estrategia, más sinuosas que la carretera del Cañarete: Pedro Cañarete.
Pero tampoco lo era ninguno de los otros. El domingo pasado, escribí: “Como no soy uno de los 187.360 afiliados, no tengo derecho a voto pero, como ciudadano que varias veces ha votado PSOE, sí opinión. Y creo que ninguno de los contendientes tiene la sustancia necesaria, el liderazgo, para sacar de la UVI a un Partido centenario que agoniza… Echo de menos un político cabal y capaz... Me preocupan mucho los efectos secundarios de las primarias, invento fallido, las carga el diablo: Borrell, Zapatero, Sánchez...”
Se ha confirmado, pues, que el aparato ha perdido y ganado la militancia, aunque no sé si, antes o después, ganará o perderá -y mucho- el PSOE ni si los votantes compartirán la elección de ese 39’6% de la militancia.
Porque no hay que confundir militantes con votantes: habida cuenta de que en las últimas Elecciones Generales el PSOE obtuvo 5.443.846 votos, es claro que Pedro Sánchez ha sido elegido por el 1’36% (74.223) de los votantes que marcaron el peor resultado histórico del Partido.
El señor Sánchez quiere hacer política asamblearia, suprimir la capacidad de decisión de los órganos el Partido y otorgársela a las bases. Supone romper con el sistema de democracia representativa que consagra la Constitución.
Pedro Sánchez ha anunciado –entre otras muchas cosas que, sin embargo, cambia día a día, por lo que resulta imposible saber de verdad qué propone- escorar el PSOE a la izquierda radical.
Cuando ese planteamiento era, incluso, menos extremista, el electorado lo rechazó de manera creciente, hasta llevar al histórico PSOE al peor resultado de su historia, con una exigua representación parlamentaria. Si ahora confirma el giro a la izquierda, nada tendría de extraño –no hay dos sin tres- que la izquierda más radical –en cuyo favor, juega, incluso la demografía- votase al original –Podemos– y no a la copia advenediza; y que los más moderados vean en Ciudadanos –si el tornadizo Rivera sabe jugar sus cartas- una opción más en consonancia con lo que fue la política tradicional de la socialdemocracia española.
Optar por el planteamiento que en Europa está pulverizando el socialismo me parece un suicidio. Pero, insisto, no soy militante y les toca a ellos, respetabilísimamente, elegir su camino, aunque yo no acierte a entender que los militantes de un Partido que quiere –y debe- gobernar hayan premiado a quien ha perdido las dos veces que se ha presentado, y castigado a los barones socialistas que gobiernan varias regiones de España: han premiado al perdedor y castigado a los ganadores.
Con todo, ya decía Ortega en la “Rebelión de las masas”: “Abandonada a su propia inclinación, la masa, sea la que sea... tiende siempre, por afán de vivir, a destruir las causas de la vida” Y pone el ejemplo de Níjar: “Este pueblo, para vivir su alegría monárquica, se aniquiló a sí mismo.”
Y sigo sin respuesta para la pregunta que también me hacía el domingo pasado: “Me preocupan mucho los efectos secundarios de las primarias... Quienes pierdan, ¿acatarán el resultado o se fracturará el Partido?”
En su anterior etapa, Sánchez debutó cortando cabezas: la de Tomás Gómez y la Federación socialista madrileña, la primera. No es, precisamente, un conciliador. ¿Por qué me acordaré de lo que dijo Calderón de don Juan de Austria tras sus matanzas de moriscos? “Vienen conmigo / juntos hoy mi venganza y tu castigo; / si bien corridos vienen / de ver el poco aplauso que previenen / los cielos a mi fama, / que esto matar y no vencer se llama”. Hoy, desafortunadamente para España, el PSOE es un campo minado, un escenario bélico.
Pero está todo inventado. En Italia, que en esto de explosionar Partidos es una maestra, han encontrado la solución: el Partido Democrático, que gobierna y ha vuelto a presidir Matteo Renzi, es una especie de cajón de sastre de los restos del naufragio: Democracia Cristiana, Partido Socialista, Partido Comunista, El Olivo, La Margarita..., en una especie de conglomerado de centro izquierda.
A fin de cuentas, España también es latina. Y ya decía Machado “entre el vivir y el soñar / está lo que más importa.” “La verdad es la esperanza”.
Lo de Almería
Que Susana Díaz no gana las elecciones políticas en Almería es algo sabido. Tampoco sus antecesores. Pero es normal: no pueden pretender que la ciudadanía almeriense premie a quien la castiga, posterga, margina, desprecia y la tiene arrumbada en la frontera de Levante, en el córner del Cabo de Gata. Pero sí me ha sorprendido –tampoco tanto, la verdad- que sus propios conmilitones de la capital, su cocina, no la hayan votado y sí dado la victoria al rival por el que siente un odio africano.
¿Qué significado y consecuencias tiene? Quizá valga la explicación que da Antonio Molina en “Cocinero, cocinero”: “el futuro es muy oscuro / ayyyyyyy, trabajando en el carbón” El que le da a Almería.
Y tal vez esa misma razón explique que para el Congreso del inicio del futuro, celebrado ayer en Fiñana, los pedristas hayan elegido el pasado: sus compromisarios más significados son gente de mi quinta -y amigos míos desde hace miles de años- que tuvo, hace mucho tiempo ya, una brillante vida política activa, con cargos institucionales: Secretaría de Estado, alcalde, delegados de la Junta de Sevilla, concejal... ¿Es, ésa, la renovación pedrista, una especie de, en vez de regreso al futuro, un futuro de regreso? Aunque bien mirado, cabe otra lectura: puestos a apostar por la juventud, los mayores tenemos mucha más juventud acumulada.
Con todo, éste ha sido, sólo, un primer y pequeño paso: quedan por celebrarse los Congresos Nacional, regionales y provinciales, en los que habrá de fijarse –es un decir, conociendo la mutabilidad del nuevo/viejo Secretario General- la política básica del PSOE y a quienes hayan de tratar de ponerla en práctica, así como la colaboración o los espinos que encuentren en el camino.
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