La Alsina

J. G. Martín
01:00 • 15 jun. 2017

-“¡Cecilio, para que me meo!”- gritaba alguien sujetándose los atributos y apretando sus piernas contra las manos con gesto de desesperación.
Y Cecilio, haciendo honor con su bondad y su nombre al santo patrón de los granadinos, paraba, y el “apretao” desaguaba su agüita amarilla en cualquier cuneta de la carretera que, atravesando la Contraviesa, era la ruta habitual de la Alsina (el correo le decíamos nosotros) que hacía el trayecto entre mi pueblo y Granada. Salía a las 7.30 (am) y llegaba a su destino a las 1.30 (pm) ¡con dos cojones!, con ellos y mucho cachondeo había que tomarse aquel interminable viaje que, para recorrer unos 160 kilómetros, empleaba 6 horas, con dos paradas sin limitación de tiempo, una, para desayunar en Albuñol, y, otra, para comer en Orgiva. Entonces las alsinas -perdón, el correo- llevaban cobrador, en la nuestra iba el Cabrera, también granadino, pero este no hacía honor con su patronímico a sus origines, si no con su mala follá, aunque nunca supimos como se llamaba. Siempre fue “el cabrera”. 
Al comienzo del curso, en Navidad, Semana Santa, y algún puente que otro, la Alsina se llenaba de estudiantes que dejaban las casas de sus padres y se trasladaban, se supone que para estudiar, hacia esa ciudad universitaria de tan rancio abolengo. Eran bulliciosos, como no podía ser menos a su edad, llenos de entusiasmo y ganas de vivir. A Cecilio le encantaba cuando llegaba la época en que el coche, como él llamaba al correo/alsina, se llenaba de aquella horda de jóvenes un tanto, algunos más, alocados. Reía con sus chistes, ocurrencias y chascarrillos, intercambiaban conversaciones, algunas de contenido irrepetible aquí, otras sobre la vida y la sabiduría que con los años había adquirido de ella y que les inculcaba como máximas de experiencia. Les paraba en cualquier lugar del camino, a beber agua en una de las fuentes, aun con agua de manantial de la sierra, otras para que desahogasen sus necesidades, en los pueblecillos del camino les esperaba mientras bajaban a lo que fuese, por supuesto no para fumar, se fumaba dentro del coche, -no se conoce que ningún pasivo sufriera en su salud las consecuencias de tan, hoy día, denostado vicio-. Eran unos viajes por etapas, Adra, la Rabita, Albuñol, Torvizcón, el Haza del Lino, Orgiva, Lanjarón y Granada, fin de trayecto. Cada etapa tenía su parada con fundamento. Después de Lanjarón, Cecilio, a la altura de la Venta de las Angustias, metía el turbo para llegar a la hora señalada a destino.
Había otra Alsina que hacía el recorrido de Almería capital hasta Granada y que podías coger haciendo transbordo en Adra, echaba por la costa, es decir, por Motril, pero no tenía el sabor del otro camino, también se llenaba de estudiantes en las fechas claves, pero no hacían un viaje tan divertido como el nuestro, eso seguro. Aún teníamos el pelo de la dehesa, y alguno, aún, lo seguimos conservando.


 







Temas relacionados

para ti

en destaque